La mandarina naranja sabrosa, olorosa, con pocas pepitas y que se pela con facilidad, también tiene su árbol genealógico como el resto de los seres vivos.
Según los investigadores, los cítricos surgieron hace unos 8 millones de años en los Himalayas. Desde allí se extendieron por el sudeste asiático, dando lugar a nuevas especies incomestibles.
Los estudios genómicos descubrieron el árbol clave en la historia de las mandarinas. Hace unos 4.000 años, en el valle del río Yangtsé en China, el polen de un árbol de pummelo polinizó otro de mandarinas ancestrales que eran incomestibles. Aquel cruce dio origen a las variedades comestibles de mandarina. Se ha comprobado que el fragmento de ADN de pummelo todavía se encuentra en el cromosoma 8 de las mandarinas que ahora saboreamos.
En Argelia nació por casualidad la mandarina clementina. En el huerto de un orfanato, un religioso francés, el padre Clément Rodier, identificó en 1890 una nueva fruta sabrosa. Los niños huerfanos saborearon este fruto bautizado así en honor al padre Clément. En el siglo anterior y en el presente, algunas variedades de mandarinas se producen en muchos países incluidos el Ecuador.
Las clemennules, hoy presentes en las fruterías de España, no existían antes de 1953, porque en este año un mandarino clementino del pueblo de Nules, de Castellón en España, sufrió también otra mutación espontánea. Los árboles de clementina de Nules son herederos de aquel mutante de Castellón.
Desde hace décadas los institutos de investigaciones agrarias provocan mutaciones en las plantas. Las yemas resultantes se propagan mediante injertos para dar frutos sabrosos según el fragmento de ADN que se desea.
“Mandarina, mandarina: ¡cómo huele tu camisa! Tu inocencia dura un día, más tu olor toda la vida”. (Carrera Andrade)
Carlos Jaramillo Medina
