Después de 20 años de pleitos con el aeropuerto de Palm Beach (Florida), el magnate ha decidido retirar una demanda de 100 millones de dólares por la contaminación auditiva y atmosférica que ocasionan los vuelos de los aviones que pasan por el cielo de su mansión Mar-a-Lago.
Ya no es necesario el pleito porque como presidente de Estados Unidos el Servicio Secreto ha ordenado al aeropuerto de Florida que los aviones ya no pueden perturbar a Mar-a-Lago que está ubicado a cuatro kilómetros de las pistas.
Ahora sí, la mansión por las razones del destino electoral, tendrá un ambiente de tranquilidad que siempre quiso tener, a pesar de que Trump tuiteó en campaña que “todos los eventos climáticos son utilizados por los mentirosos climáticos para justificar mayores impuestos”.
Trump compró la finca de 7 hectáreas con una mansión edificada en los años 20 por una dama de la alta sociedad americana. La casa fue diseñada por arquitectos americanos y europeos que concibieron un conjunto de inspiración mediterráneo para emplazarlo en la costa Atlántica con tejas de Cuba y miles de azulejos españoles. La estrambótica obra está además catalogada con mal gusto como patrimonio arquitectónico por el Gobierno Federal de Estados Unidos.
En su testamento la dama ordenó que Mar-a-Lago pase a ser una residencia de invierno para los presidentes de Estados Unidos, deseo que nunca se cumplió, y sus herederos terminaron más bien vendiendo la propiedad a Trump, persuadido por su esposa de aquel tiempo miss Ivana.
En estos años la mansión, aparte de servir como residencia de los Trump cuando pasan en Florida, ha prestado el servicio de club privado exclusivo, uso de suelo que ha motivado el encono de sus vecinos los pelucones patricios anglosajones. El magnate no hizo el más mínimo caso a estos quejosos y más bien levantó en la medianería una bandera yanqui de un alto 24 metros.
En la mansión, según algunas versiones de la prensa rosa, también ha habido discretos flirteos a no pocas féminas de la farándula americana.
Mar-a-Lago es hoy la residencia de descanso del presidente de Estados Unidos. Sus invitados pueden conocer parte de las 126 lujosas habitaciones y además en una de ellas admirar un retrato suyo en traje de tenis con un tempestuoso ocaso de fondo “Florida style”.
Pero este fin de semana la mansión Mar-a-Lago ha sido además sede de un singular encuentro político entre Trump y Bolsonaro. En una declaración conjunta al término de una cena privada de trabajo, estos dos presidentes pazguatos han reafirmado una “alianza estratégica” con una agenda centrada en los puros negocios y en la presión económica contra los gobiernos que ellos consideran que no son democráticos.
