Pedro Franco Dávila

El Fantasma del Gabinete

Juan Pimentel en “Fantasmas de la ciencia española” (2020), encuentra una metáfora perfecta para la historia de la ciencia española. Describe que en gran medida es una historia de fantasmas, un catálogo de aparecidos y desaparecidos, un museo quimérico en que muchos muros y salas enteras están vacías, se detectan presencias abolidas, sombras errantes que no tienen descanso porque no recibieron la adecuada sepultura y que el paso del tiempo no ha extinguido las consecuencias de la desgracia que las fulminó.

Las historias de fantasmas, las imágenes y los relatos que más nos fascinan son las que no pueden verse o los hechos que por oscuros intereses no se han contado. También nos interesa la parte de la historia sobre la que se escribe con mayor erudición y apasionamiento porque seguramente nunca llegó a suceder.

La figura de Pedro Franco Dávila, nacido en Guayaquil en 1711, entonces Virreinato del Perú,  muerto en Madrid en 1786, de padre español y madre criolla, formado en la prestigiosa Universidad de San Marcos de Lima, bien puede ser descrita como la historia de un fantasma criollo.  Su presencia en la historia del Ecuador ha sido abolida por el poder central de Quito. Ventajosamente  hay una historia alternativa que siguió su luminosa sombra errante para impedir la extinción de su inmenso aporte a la historia de la ciencia y el arte de España y Europa.  

Como rico comerciante explotó con su padre sus haciendas agropecuarias en Guayas, especialmente el cacao y maderas semielaboradas. Y como propietario de astilleros, aduanas y  negocios marítimos, le permitió viajar haciendo negocios por América y Europa.

En Europa su insaciable curiosidad científica estuvo marcada por el prodigioso Siglo de la Luces.  Autodidacta, los descubrimientos ejercieron sobre él una secreta fascinación para coleccionar las maravillas de los mundos humano, natural, vegetal y mineral. La influencia de la Filosofía de la Ilustración de Herder, Goethe y Humboldt, entre otros, debió ser clave para mirar el mundo de una manera especial.

En su residencia de más de 14 años en París se vinculó con la Ilustración.  Asistía a conferencias, tejió una intensa red de contactos y de reciprocidades intelectuales.  Tenía además correspondencia e intercambio de piezas con grandes coleccionistas particulares y de centros europeos. Por ejemplo, con el conde de Saceda o el Infante don Luis de Borbón (hermano del Rey Carlos III), la Royal Society, el Gabinete Imperial de Viena y con la monarquía española. Franco Dávila realizó un análisis minucioso de las piezas, valoró y documentó de acuerdo a la clasificación establecida en la época.

Compró especímenes botánicos, zoológicos y geológicos, invertebrados marinos, bronces antiguos, piedras preciosas, trajes, armas, lacas, libros, raras estampas europeas, retratos de hombres ilustres en guerra, cartas hidrográficas y topográficas, curiosidades del arte, piezas etnográficas, mapas del mundo  y planos de ciudades.  Además,colecciones de corales, peces y esponjas de las islas Baleares y del  Caribe; una remesa de azufre cristalizado de Cádiz; minerales y fósiles de Chile, Perú y Río de la Plata; el meteorito de Sena, caído en 1773; la colección iconográfica de Van Berkheij; el célebre megaterio que llegó en 1788 proveniente del Río Luján, Argentina, que fue la primera reconstrucción y montaje que se hizo de un vertebrado fósil. Y por otra parte diversos objetos de las culturas precolombinas y piezas de arte chino enviadas desde Filipinas.

También creó una biblioteca compuesta por más de 2.000 ejemplares originales de los temas más diversos. En palabras del botánico francés Michel Adanson, “verosímilmente lo más rico que ningún particular haya formado”.

En 1767 había publicado una obra en tres volúmenes en la que describía sus colecciones con la precisión y acierto de sus clasificaciones, la descripción detallada de muchos de los ejemplares y la definición científica de sus piezas.

Por su aporte al mundo de la ciencia y de su incomparable colección, obtuvo más títulos académicos que cualquier ecuatoriano hubiera querido alcanzar. Fue miembro de la Academia de Berlín, la Royal Society de Londres, la Real Sociedad Bascongada de Amigos del País, la Real Academia de la Historia  y la Academia Imperial de Ciencias de San Petersburgo.

Viaja a España y tras varias ofertas de venta rechazadas por Carlos III, el monarca urbanista del Madrid Neoclásico,  acepta su magnífica colección en donación para constituir un Real Gabinete de Historia Natural de Madrid, con la única condición de que Franco Dávila sea nombrado como director y con el sueldo  que el  monarca estimase oportuno.  Se acepta la oferta y se crea el Gabinete por Decreto en 1771 y el propio Rey ilustrado dona muchos de los animales recibidos como regalo, entre ellos un elefante indio. Además el Tesoro del Delfín dona una gran colección de piezas, alhajas, cristales y tallados, de una herencia recibida de su abuelo el Gran Delfín de Francia.

El Real Gabinete abrió sus puertas en 1776 en la sede del Palacio de Goyeneche ubicado en la madrileñacalle de Alcalá. Franco Dávila ocupó el cargo de director hasta su muerte en 1786.

 El Gabinete había estado expuesto en un principio en la Academia de San Fernando para compartir un proyecto común civilizador de conocimiento y progreso con los otros centros de la ciencia y la medicina española: la Escuela de Mineralogía, el Laboratorio de Química, la Academia de Ciencias, el Jardín Botánico, el Observatorio Astronómico, la Escuela de Medicina y el Hospital San Carlos.

El Real Gabinete de Historia Natural de Madrid publicó dos tomos que contenían láminas que representaban animales y monstruos de su colección. Posteriormente apareció el Diccionario Histórico de las Artes de Pesca Nacional.

Tras la muerte de Franco Dávila, el Real Gabinete siguió con su intensa actividad, promovió y apoyó todo tipo de expediciones científicas como la de Malaspina en Bolivia y Chile y el viaje de Humboldt a América. Impulsó una Escuela de Mineralogía y la publicación entre 1799 y 1804 de 21 números de los Anales de la Historia Natural con el concurso de científicos de prestigio en las ramas de la mineralogía, botánica y química.

Del Real Gabinete de Historia Natural salieron piezas para constituir el origen de varios museos españoles que prestan su servicio en la actualidad: el Museo Nacional de Ciencias Naturales, el Museo Arqueológico Nacional y el Museo de América. Otras piezas están en el Museo Nacional de Artes Decorativas, el Museo Nacional de Antropología, el Museo del Prado, la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, el Museo Naval de Madrid, el Museo del Traje, el Real Jardín Botánico y la Real Biblioteca Trujillo del Perú.

La guerra contra Napoleón provocó el cierre del Real Gabinete en 1813, al año siguiente se reabrió y en 1815 pasó a llamarse Real Museo de Ciencias Naturales. La Real Academia de Bellas Artes de San Fernando ocupa actualmente el Palacio de Goyeneche.

Ni los siglos transcurridos ni los oscuros intereses centralistas del Ecuador han podido sepultar la estelar figura de sabio investigador y naturalista de Dávila Franco. Puede sentirse todavía su potente presencia fantasmal en las galerías españolas y europeas. Vuelve  a aparecer una y otra vez con su sombra deambulando salas de exhibición y sus manos aún clasifican con fervor maravillosas piezas y curiosidades del arte. El mobiliario original del Gabinete se utiliza para eventos culturales; en la mesa de Manila, el reloj fabricado en la época de Floridablanca, marca las horas con mayor precisión que un cronómetro suizo. Y quiero pensar que el Cuadro de la Historia Natural Civil y Geográfica del Reino del Perú, colgado en la sala principal del Palacio de Goyeneche, es su obra favorita de entre las miles del inmenso legado que el extraordinario criollo guayaquileño donó a España.

Referencias:

  • Wikipedia
  • “Museo Nacional de Ciencias Naturales: Fundación y primera época (1771-1814)”.
  • Juan Castro Velázquez (2017): “Don Pedro Franco Dávila”, Memorias Porteñas.
  • Juan Pimentel (2020): “Fantasmas de la ciencia española”.
  • Testimonios de Olga Jaramillo Medina y Juan Sanmartín Grau.

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