“Damnatio memoriae” es una locución latina que significa “condena de la memoria”. Fue una práctica romana que consistía en condenar el recuerdo de un enemigo del Estado tras su muerte. Calígula, Nerón y Cómodo son los emperadores condenados más conocidos.
El Senado lo decretaba de manera oficial y se procedía con diligencia a eliminar o echar al olvido todo cuanto haya hecho o que podría recordar al condenado: arcos, columnas, puentes, acueductos, coliseos, teatros, termas, conquistas, leyes, e incluso se prohibía nombrarlo de manera pública. Y cuando el sucesor deseaba imponer una visión negativa del fallecido, ordenaba al Senado para que se cumpla el estricto decreto de la “Damnatio memoriae”, para que el legado del perjudicado fuese borrado de monumentos, pinturas, monedas, etc., acto denominado “abolitio nominis” que significa borrar su nombre de las inscripciones.
Y para no dejar rastro del condenado, sus estatuas se destruían y sus leyes eran anuladas. Igual suerte corrían las obras edificadas que si se escapaban de su destrucción o estigmatización se consideraban erigidas por su sucesor.
Pero la maldita “Damnatio memoriae” no cumplía sus fines a cabalidad cuando el legado de un emperador había sido importante y por ello no podía ser borrado de la memoria del pueblo. La “Damnatio” era todo lo contrario de la “Apoteosis” cuyo significado consistía en que el emperador fallecido obtenía la divinización ascendiendo al olimpo de los dioses.
Desde la antigüedad las estatuas han sido representativas de los héroes nacionales y de los valores de los pueblos: las estatuas de los Guerreros de Terracota del emperador Qin Shi Huang, Constantino, Napoleón, Wellington y Bolívar son claros exponentes de lo mencionado.
La rebelión contra las estatuas glorificadas y perpetuadas por los imperios que representan sus símbolos fundacionales, que hoy se caen ante el peso de las protestas antirracistas por la muerte de George Floyd, exige que los espacios públicos se liberen de las figuras cuyo legado se construyó sobre el racismo, la esclavitud y el colonialismo. ¿Se repite después de 2.000 años la “Damnatio memoriae”? ¿La rebelión contra las estatuas justifica la “condena de la memoria” y los actos de vandalismo? ¿Deben esas estatuas permanecer erigidas a pesar de que sus figuras representen un turbio legado?
En este contexto cabria anotar que los hechos históricos del pasado no se pueden juzgar desde la mirada contemporánea porque en aquellas épocas existían otras razones y valores. Pero sí se puede considerar legítimo que la sociedad demande acciones reparatorias cuando se hayan cometido abusos a la humanidad.
Y para concluir, una reflexión sobre la estética y significado de los monumentos estatuarios. En el arte público de las estatuas de calidad, la forma corpórea surge de un contenido ideológico, – que no ideologizado -, se carga de él y luego vuelve hacia el contenido para aprehenderse en su totalidad. Existe por tanto una unidad esencial entre la forma sensible que se expresa por el contenido ideológico de la estatua que le otorga sentido.
En nuestras ciudades se han erigido estatuas que podrían clasificarse de esta manera:
- Con buena forma y legado histórico, para valorar.
- Con forma sin calidad y turbio legado, para retirar.
- Con buena forma y turbio legado, para cuestionar, o trasladar a un museo.
- Con forma sin calidad y legado histórico, para mejorar.
