En la novela “Estambul. Ciudad y recuerdos”, Orhan Pamuk, escritor turco, considerado un vínculo intelectual entre Oriente y Occidente y premio Nobel de Literatura 2006, habla de su vida de flâneur, de solitario caminante, fotógrafo, mirón, contador de barcos y de recuerdos…
En la obra describe su ciudad: Estambul. “Al contrario que en las ciudades occidentales que han formado parte de grandes imperios hundidos, – escribe Pamuk -, en Estambul los monumentos históricos no son cosas que se protejan como si estuvieran en un museo, que se expongan, ni de las que se presuma con orgullo. Simplemente, se vive entre ellos”. Este es el sentido de su narración poderosa y rotunda de la ciudad, mirada a través de la estrategia más simple que puede hacer un ciudadano común: caminar, deambular y vivir intensamente la ciudad.
El caminar de Pamuk es un hecho decodificador que lo conecta con su experiencia vital. Ningún mensaje urbano permanece impermeable a su lectura. Por este motivo el recorrido de la ciudad comienza en el suelo, con los pasos, que le permite apropiarse de una representación háptica, es decir la implicación táctil y sensitiva de la arquitectura.
La experiencia caminante de la ciudad se traduce de este modo en la elaboración de mapas mentales para interpretar sus huellas y trayectorias. Son imágenes transitivas, caligrafías móviles antes que simples representaciones frías. Y esta caligrafía urbana registra los tres valores fundamentales: la sensibilidad, la deontología y la epistemología. Es decir, las sensaciones, las éticas y las verdades profundas de la ciudad.
Con esta retórica caminante la ciudad es mirada como un collage espacial y temporal compuesto de reliquias urbanas, arquitecturas sencillas, historias entrelazadas y tiempos yuxtapuestos, donde sus relaciones son móviles y forman, por eso, conjuntos simbólicos de alta significación.
La novelística ha tenido casi siempre una ciudad como telón de fondo y el caminar de sus protagonistas por plazas y calles ha hecho posible alcanzar las mejores descripciones del cuerpo y el alma de las ciudades. Tenemos ejemplos señeros en el París de Zola y de Benjamín, el Londres de Dickens, la Vetusta (Oviedo) de Clarín, el México de Paz y la Lima de Vargas Llosa.
