La arquitectura tiene razones suficientes para investigar el mundo construido. Puede conocer su sustancia, las ideas y las verdades éticas y estéticas constitutivas de la ciudad.
También es capaz de dilucidar su configuración y el bosquejo cotidiano del trazado sobre el lienzo de sus espacios y tiempos. Espacios y tiempos que han decantado sentidos profundos en sus diversos momentos históricos, porque cada generación ha dibujado su perfil y entorno con un juego múltiple de metáforas a ser interpretadas.
El conocimiento de su sustancia, ideas y sentidos será el descubrimiento de la arquitectura de la ciudad. Ciudad frente a nosotros como arquitectura y representación de la condición humana, labrada en sus plazas, calles, barrios, monumentos, edificaciones sencillas y en todos los hechos urbanos que emergen del espacio habitado. Por este motivo siempre será oportuno escribir relatos que cuenten las historias secretas, porque bien narradas, revelarán la identidad e intimidad de la ciudad.
La ciudad de Cuenca desde 1.999 es Patrimonio de la Humanidad porque a lo largo de su historia aborigen, colonial y republicana ha ido decantando sentidos y adaptando diversas corrientes arquitectónicas al paisaje único y a la traza renacentista intacta de su fundación. Aquí radica su valor excepcional que alimenta el legado de la cultura arquitectónica universal.
Cuenca no es una ciudad común donde se acumulan fáciles respuestas. Por el contrario, es un vientre urbano en el que nacen preguntas, incógnitas únicas e inquietantes que solo pueden ser respondidas mediante una planificación estratégica y con un diálogo inteligente y honrado entre todas las partes implicadas para construir una ciudad bella, justa, equitativamente distribuida, sustentable y democrática.
De este modo se cuidará y preservará la memoria arquitectónica de Cuenca para ser consecuentes con la designación de Patrimonio de la Humanidad.
