Me permito invitar a mis amables lectores a reconocer la belleza y a experimentar poéticamente los elementos y detalles arquitectónicos de la Catedral Nueva de Cuenca. Ya decía Platón en El Banquete: “Gracias al contacto y frecuentación de la belleza, el hombre divino engendra y cría todas las cosas de que su alma estaba llena desde hace tanto tiempo”.
La Catedral Nueva es el símbolo religioso más representativo de la ciudad. Su emplazamiento responde a la condición de centralidad y del poder religioso frente a la plaza central.
Su volumen, silueta, textura y color se divisan desde todos los ángulos de Cuenca, inclusive desde los alrededores.
Las cúpulas que rematan la enorme masa de ladrillo visto llegan a más de 50 metros de altura medidos desde el suelo, lo que equivale a decir, la altura de un edificio de 21 pisos. Por esto y debido al que el Centro Histórico de Cuenca presenta una escala predominantemente horizontal, la Catedral Nueva resalta en forma emergente sobre las otras volumetrías y siluetas de la ciudad.
La fachada que da frente a la plaza Calderón tiene la estructura disposicional del estilo gótico, por la forma evidente de «H» de sus elementos puestos en juego: dos torres esbeltas simétricas, articuladas por un cuerpo horizontal que las amarra.
Si se hace una lectura descompuesta de la fachada se puede advertir la presencia de tres cuerpos horizontales y tres calles verticales. En el caso de los cuerpos, el primero de la planta baja contempla las puertas con sus respectivas portadas; el segundo alberga en su centro el rosetón; y el tercer cuerpo está compuesto por el remate de las torres inconclusas.
Las tres calles o fajas verticales se estructuran con las torres en sus extremos y con el acceso principal y el rosetón en el centro, rematada esta calle con la estatua italiana de Santa Ana.
Es importante destacar que el tratamiento de las perforaciones responde a cánones románicos porque las aberturas están resueltas con arcos de medio punto, y además, siguen el criterio de aligerar la masa conforme se llega a la parte alta del edificio.
Las pilastras que flanquean las dos torres simétricas brindan a la fachada un sentido insinuante de verticalidad. El resultado estilístico de la fachada es una síntesis equilibrada, ecléctica del románico y el gótico. El primer estilo presente por la materialidad y forma de resolución de las perforaciones, y el segundo, por el rosetón de la mitad y la composición y sentido de verticalidad de las torres.
La textura de la fachada tiene una vibración equilibrada referida a la combinación de macizos y perforaciones. El vano mayor es el de la puerta principal ornamentado con columnas y anillos concéntricos abocinados de evocación románica, mientras que las otras perforaciones no tienen una gran dimensión.
El cuerpo de la Catedral visto desde el exterior tiene una disposición planimétrica rectangular, pero volumétrica y diversa. Su estructura en todo caso es una concepción basilical en la que se advierten tres naves: una principal rematada por cúpulas altas y dos laterales cubiertas por bóvedas de cañón en sentido longitudinal.
La presencia nítida de las tres cúpulas asentadas sobre tambores perforados y rematados por linternas del mismo rasgo arquitectónico le imprime un carácter de estilo renacentista. Las cúpulas peraltadas evocan al instante el estilo de la Basílica de San Pedro en el Vaticano y otros templos de Renacimiento Europeo, sobre todo italianos.
De igual forma, las otras tres cúpulas bajas de gran dimensión le imprimen al templo una escala monumental típica de las grandes iglesias del Renacimiento.
Es notable la presencia de 45 torreones que verticalizan los esfuerzos de las cúpulas y de las bóvedas. Estos elementos pequeños más los contrafuertes perdidos profusamente distribuidos le imprimen un sello sutil de concepción gótica.
Las ventanas laterales tienen una presencia débil a excepción del rosetón que se ubica encima de la puerta con frente a la calle Sucre, en relación a la materialidad voluptuosa de las cúpulas altas, cúpulas menores, arcos y bóvedas corridas de la fachada lateral sur.
La síntesis arquitectónica exterior de la Catedral resume un crisol ecléctico de los estilos puestos sabiamente en juego: el romántico, gótico y renacentista.
La concepción espacial interior tiene la forma rectangular con acento más en la profundidad que en la amplitud. Antes de ingresar al templo todavía en el espacio exterior de la ciudad existe el portal, lugar semipúblico que se articula orgánicamente con el interior del templo y con el portal de la manzana en cuestión.
Una vez que se ingresa, la primera impresión del visitante es la de la monumentalidad y gran escala del espacio. Las dimensiones de las pilastras, arcos, bóvedas y cúpulas envuelven al observador hasta hacerlo sentir un pequeño devoto dentro de la inmensidad del recinto sagrado.
Para comprender los secretos del espacio interior se debe caminar reverente por las naves mirando las enormes pilastras adosadas por columnillas rematadas por capiteles corintios. Y cuando se ha recorrido un gran trecho se ha llegado al quinto módulo antes de ingresar al presbiterio. La nave central está cubierta por dos cúpulas y tres bóvedas y las laterales por bóvedas más bajas que cabalgan hacia la dirección del altar, construidas con el sistema de medio cañón.
Las tres cúpulas bajas que están encima de la nave central, son en verdad bóvedas de medio cañón cruzadas en los dos sentidos, mientras que las cúpulas altas que descargan sobre las pechinas se dirigen hacia el cielo por su resolución peraltada.
La cúpula mayor ubicada en el cuarto módulo contando desde el ingreso tiene un desarrollo de 12 metros de diámetro y alcanza una altura de más de 50 metros.
En las naves laterales adosadas a las paredes están los altares menores de factura barroca y neoclásica talladas en mármol. Destaca por su mayor riqueza el altar en honor a la Santísima Trinidad.
A través de bellos vitrales se filtra la luz en forma tamizada. Cada uno está emplazado en la parte superior de un altar con figuras alusivas a este. También los vitrales altos ubicados en la faja desarrollada por el desnivel de la nave central y las laterales se disponen rítmicamente y dejan pasar la luz del cielo filtrada en un haz de colores variados.
Cuando se ha pasado el quinto módulo se llega al presbiterio levantado con cinco gradas en relación al piso de la nave. El ambiente está cubierto por una cúpula peraltada y por una bóveda circular que presenta cuatro nervaduras, mientras que la cabecera está rematada por un ábside en forma semicircular con vitrales altos que juegan con la luz. A los costados se ubican los coros bajo y alto. Una galería con arcos de medio punto separa los coros del resto del presbiterio.
Al ingresar al presbiterio cruzando el arco triunfal que divide este espacio de la nave se halla el altar principal trabajado en mármol y asentado en pequeñas columnas de bronce de estilo salomónico. Más atrás y un poco más arriba está el altar del Sagrario. Al fondo se levanta imponente el «Cristo Moreno», una escultura de rasgos barrocos.
La perspectiva central lleva al baldaquino de inspiración berniniana. Sobre cuatro bases de mármol se levantan igual número de columnas salomónicas rematadas por capiteles corintios en los que se asientan el arquitrabe curvo, pieza estructural que a su vez es el asiento del friso y de la media cúpula del baldaquino. La ornamentación es profusa, barroca, infinita en líneas, rematada con ángeles y el símbolo de la Cruz en la clave del arco frontal de la semicúpula.
Se inició la construcción en la segunda mitad de la década de 1880 por iniciativa del Obispo Miguel León y con el diseño del hermano redentorista Juan Stiehle. A finales del siglo 19 ya se había terminado la construcción de los cimientos y la cripta subterránea desarrollada a todo lo largo de la proyección de la nave central. Después de una paralización se impulsan los trabajos con el Obispo Daniel Hermida y los sacerdotes Isaac Peña y Manuel María Palacios. En las décadas de los 40 y 50 se levantan las cúpulas. El maestro albañil Luis Chicaiza es el genio constructor encargado de dirigir la obra. Posteriormente se procede a completar la fábrica de ladrillo con la incorporación de ornamentos interiores y exteriores así como con la terminación de revestimientos de paredes y pisos.
Es notable la contribución de tres artistas españoles: Miguel Larrazábal en los vitrales, Manuel Mora Iñigo en la cerámica de las pechinas y Salvador Arribas en la orfebrería.
También en la década de los 60 se traen las piezas y se termina el tallado del baldaquino de madera. El religioso italiano salesiano José Gazzoli es el encargado de dar forma al elemento más sugerente del interior del templo.
De igual manera se trabajan la puerta de entrada y los altares laterales. Dos artistas cuencanos son los que contribuyen con estos elementos: Daniel Palacios para las puertas de bronce y César Quizhpe para los altares de mármol.
Todas las paredes, pilastras y columnas que soportan el peso de las cúpulas y bóvedas son de ladrillo cocido hecho en Sinincay, parroquia rural del Cantón Cuenca.
De igual manera, las cúpulas, bóvedas de cañón y arcos han sido construidos con ladrillo. Inclusive los remates ornamentales de frisos, cornisas, capiteles y remates, son piezas de cerámica mandadas a construir expresamente para la Catedral. La costura entre los ladrillos tiene mezcla de cal y arena. En ningún sistema constructivo hay la presencia de cemento ni varillas de hierro.
Es notable la utilización de porcelana importada que cubre las tres cúpulas altas. Los altares mayor y menores así como el revestimiento de los accesos principales son de mármol travertino de la región. El color que se destaca en los detalles arquitectónicos es el rosa suave y el amarillo.
Es delicada la técnica utilizada en los vitrales de Larrazábal. Son de vidrio antiguo soplado francés de colores de varias gamas pintados al horno, armados en nervaduras de plomo. Solo el baldaquino y el “Cristo Moreno” han sido trabajos en maderas finas. Las puertas son pesadas hojas trabajadas en bronce.
El 28 de mayo de 1967 se realizó la ceremonia de consagración de la Catedral, uno de los símbolos de la ciudad bicentenaria de Cuenca.
Y llegado a este punto, ruego a mis pacientes lectores que tras este minucioso recorrido por la Catedral incorporen en su alma la experiencia de su belleza.
