Nomenclatura Urbana

La denominación de los lugares de la ciudad tiene una larga historia, tal vez, casi como la vida misma de las urbes.

La ciudad pública griega de Hipodamo de Mileto ya definía el ágora y las calles principales de norte a sur y las secundarias de este a oeste. Luego las civitas romana, heredera de la helenística, de la que tomó sus rasgos más importantes, adicionando el carácter de campamento militar y la magnificencia dada por los monumentos arquitectónicos, se configuró con la cuadrícula y se cortaba interiormente con dos grandes ejes o calles principales denominadas cardo para el brazo norte-sur y decumanos para el este-oeste. En el centro de aquellas se abría el foro con los templos y la basílica como el lugar más significativo de la ciudad.

La ciudad privada y religiosa del islam español, que es más la suma de creyentes que de ciudadanos, es un amasijo de casas y callejones sin trazado regular, a manera de laberintos imposibles de descifrar, incluso con un mapa en la mano. No tiene un plan preconcebido y puede ser considerada un producto de una vida nómada cristalizada en forma de urbe. Por este motivo la calle morisca, tiene su rol de espacio privado que conecta a los otros componentes urbanos, el zoco y la mezquita, pero siempre en forma descontinuada y sorpresiva y por ende no tiene por qué disponer de una denominación, de una nomenclatura. Los barrios y los arrabales en cambio se agrupan de acuerdo con los oficios y medios de vida de sus residentes: barberos, curtidores, alfareros, carpinteros….

La ciudad latinoamericana, heredera de la renacentista y fundada sobre los asentamientos aborígenes, es un lugar dividido en clases sociales. Y para satisfacer las necesidades de evolución se hizo necesaria la división económica y social del espacio en diferentes barrios: de burócratas y finqueros, comerciantes, tejedores, artesanos, alfareros, herreros, plateros, panaderos, de indios….

La urbe norteamericana emplea un sistema totalmente cartesiano racionalizado en el que las calles cortan perpendicularmente a las avenidas, y las dos están simplemente numeradas.

La ciudad de Cuenca, como heredera de la tradición de la ciudad romana y con el respaldo ideológico y la presencia física de la iglesia, se estructuró en barrios por ramas de actividad, asumiendo de este modo nombres que los diferenciaba e identificaba.  

La denominación de sus calles igualmente ha respondido a factores de orden geográfico, histórico, social, económico y cultural y siempre dentro de la lógica de la división socio-espacial.

Revisemos la nomenclatura de algunas calles dada en el siglo 20 en sentido norte-sur:

  • Originalmente llamada Calle Real del Vecino; Arturo Sandes, después; Rafael María Arizaga, hoy.
  • Ayacucho; Tomás de Heres, después; Pio Bravo, hoy.
  • El Arrabal; Junín y Ayacucho, después; Antonio Vega Muñoz, hoy.
  • Sangurima; Plaza, después; Gaspar Sangurima, hoy.
  • La Ronda; Rivas, 3 de Noviembre y Rivas, después; Mariscal Lamar, hoy.
  • La Corte; Santander y Colombia, después; Gran Colombia, hoy.
  • Sagrario; Simón Bolívar, hoy.
  • Águila; L. Malo, después; Mariscal Sucre, hoy.
  • Hércules; Pola y Vázquez de Novoa, después; Presidente Córdova, hoy.
  • Secretas; Zea, después; Juan Jaramillo, Hoy.
  • Merced; Girardot y General Flores, después; Honorato Vázquez, hoy.
  • Calle Larga; San Carlos; Cedeño, 5 de Junio, Cedeño, Presidente Córdova, después; Calle Larga, hoy.

Los sistemas de signos no lingüísticos son claves para la ubicación y experiencia social y afectiva, -estética- , de la comunidad. La nomenclatura urbana es uno de ellos porque cumple funciones básicas de orientación, difusión de ideas, símbolos y calificación ambiental, especialmente en las zonas consideradas por los ciudadanos como su patrimonio histórico y cultural.

Referencias:

  • Fernando Chueca Goitia, “Breve Historia del Urbanismo”, (Sexta Edición, 1979).
  • Municipalidad de Cuenca, “Planos e Imágenes de Cuenca” (2008).

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