Recordar algo querido es una maravilla que se produce en algún lugar de la mente, saliendo del más rotundo interior. Luego ese algo recordado se ve de nuevo, se re-conoce, re-crea y se le otorga una nueva luz.
Soy cholo de El Vado, el barrio de caprichosa topografía con olor a tierra mojada. Mi raíz se nutre del Tomebamba, de sus históricas crecientes y de la sangre verde que circula por el frágil cuerpecillo del colibrí, profesor de vuelo del canario y el gorrión, mis incondicionales aliados naturales.
Barrio de casas colgantes que miran al Ejido y a las montañas de Turi en lontananza. De leyendas de duendes y aparecidos, la calavera de la Cruz, el cura sin cabeza y el ticti de mama Guazha. De gente sencilla, personajes populares y lavanderas. De años viejos con castillos, globos, palos encebados y juegos de ollas encantadas. De trompos, bolas, cahuitos y carros de madera. De cantinas y tiendas de media cuadra. Con olor a pan recién salido del horno de mama Delicia. Barrio vecino del mercado 10 de Agosto repleto de pirámides de frutas y trincheras de verduras frescas.
Y desde la rotundidad de mi interior lo invento como paraíso de mi infancia con imágenes oníricas para el desborde de la fantasía y la felicidad. Mis registros de impresiones merecen en esta orientación, siguiendo al filósofo Gaston Bachelard, que nombre a mi barrio como un lugar para la Topofilia. Es decir, de imágenes para el vínculo afectivo que aspira a determinar lo más profundo de la posesión y la imaginación que supera el mero espacio indiferente entregado a la medida y a la descripción del geómetra.
El barrio por su marginalidad en la traza de la ciudad, con límites difusos entre lo urbano y lo rural, ha vivido históricamente una condición popular de borde muy distante del centro aristocrático de la urbe. Ha sido la bisagra urbana de salida y entrada en la que sus vecinos no han sabido con precisión atisbar si han estado dentro o fuera de su pequeña ciudad. Por su plaza y Cruz, antiguo emplazamiento de una huaca cañari, fue y es todavía uno de los lugares simbólicos más ricos de de Cuenca.
Así conocí y concebí al barrio y cuando lo miro después de varios decenios desde la vecindad moderna de El Ejido lo re-conozco y porque lo re-conozco puedo re-crearlo y por tanto otorgarle una y otra vez una nueva luz…
Referencias:
- Algunas analogías han sido tomadas de la obra poética de Jorge Carrera Andrade: “Hombre Planetario”, N°. XVI, 1959.
- Gaston Bachelard; “La poética del Espacio”, Primera Edición en español, 1965.
- El dibujo del barrio El Vado que acompaña al texto es de autor anónimo.

