Muchas de las ideas urbanísticas del Renacimiento, que no pasaron de doctrina, utopía o ejercicio ideal del intelecto en los países de Europa donde se originaron, tuvieron su campo de realización real en América en la obra de colonización española.
En el año de 1573 Felipe II promulga las Leyes de Indias que consagra el plano regular ajedrezado. Respecto al trazado, la planta se dividiría por plazas, calles y solares “a cordel y regla”, “comenzando desde la plaza Mayor, y sacando desde ella las calles a las puertas y caminos principales, y dejando tanto compás abierto, que aunque la población vaya creciendo, se pueda siempre proseguir y dilatar en la misma forma”.
Las plazas americanas debían ser los lugares vitales y más representativos, lo que modernamente llamaríamos los centros cívicos de la ciudad. Revelaron los colonizadores una visión clara de las funciones y significación de las plazas, hasta el punto de poder afirmarse que el interés urbanístico de los trazados se concentra en dichos lugares. Sin las plazas y los monumentales edificios religiosos y civiles que las rodean, las ciudades latinoamericanas carecerían del carácter y la experiencia estética que hoy producen.
El conjunto monumental de San Francisco, configurado por la plaza, iglesia, capillas y convento, por su trazado renacentista y su entorno arquitectónico, es reconocido como uno de los más bellos de la América colonial. Los franciscanos, la primera orden religiosa que se estableció en Quito en 1534, fecha de fundación de la ciudad, se unieron con sus saberes españoles a picapedreros, albañiles, carpinteros, ladrilleros y tejeros indígenas para iniciar las obras.
La iglesia, capillas y convento están antecedidos por un pretil y atrio articulado a la plaza por la magnífica escalinata cóncava y convexa de forma circular, inspirada en un diseño de Bramante, basados en tratados de Serlio.
A principios del siglo 20 dejó de funcionar el mercado público abierto, más tarde recuperó su imagen original y en la actualidad es una superficie adoquinada de piedra que valoriza a la arquitectura con su sencillez. En una esquina de la plaza se levanta la “Casa Gangotena” siguiendo los códigos expresivos historicistas, por lo que presenta en su fachada un basamento de piedra labrada, el segundo piso con balcones y balaustrada rematados por tímpanos y el tercer nivel es coronado por una gruesa cornisa.
Su ambientación general es la de un gran plano libre cuyo vacío invita al encuentro ciudadano y permite destacar los edificios religiosos como telón de fondo enlucido blanco y portadas trabajadas en piedra. El historiador de arquitectura Ramón Gutiérrez califica al conjunto como una lograda síntesis integradora de rasgos estilísticos del mudéjar, gótico, renacimiento y manierismo.
La iglesia domina la perspectiva por la ubicación en el conjunto urbano y por su composición a manera de retablo de piedra con sus dos torres de sección cuadrática. La fachada simétrica manierista con influencia renacentista italiana contrasta con la riqueza interior de facturas mudéjar y barroca.
El espacio interior de planta basilical tiene una nave central y capillas laterales. Ornamenta el interior un “ethos barroco”: el arte religioso en los artesonados, imágenes, esculturas y ornamentos de Legarda, Caspicara, Samaniego y otros autores desconocidos, hace legible lo espiritual. La manifestación religiosa se muestra de modo visible con una teatralidad rotunda para facilitar la comprensión de la doctrina, suscitar emociones y grabar en la memoria los principios del catolicismo, tal como recomendaba la Contrarreforma.
En el altar mayor luce la Virgen de Quito de Legarda considerada un símbolo quiteño. Algunos estudiosos de la arquitectura religiosa consideran que la iglesia constituye la obra de mayor calidad dentro del arte manierista del continente americano.
Completa el conjunto urbano arquitectónico el Convento. Ya en 1650 contaba con cuatro claustros, dos huertas y seis piletas de agua. El claustro norte, hoy el Museo, en sus galerías exhibe cuadros, obras de quiteños y españoles, escudos y lápidas de piedra. Otras dependencias acogen varios servicios: oficinas de restauración, la cervecería más antigua del país, un orfelinato y colegio. Recientes investigaciones arqueológicas han dejado al descubierto debajo de los muros evidencias de asentamientos aborígenes, lo cual reitera que los españoles solían asentar sus edificaciones importantes sobre lugares de significación como señal de imposición ideológica, proceso repetido por los conquistadores en la historia.
La popularidad del conjunto urbano arquitectónico se enriquece con la leyenda de Cantuña. Cuenta el imaginario popular que un indígena llamado Francisco Cantuña ofreció a la comunidad religiosa terminar la construcción de la iglesia en menos de seis meses. La noche antes de culminar dicho plazo y al constatar que no se concluiría pactó con el diablo que le ofreció cientos de diablillos albañiles a cambio de su alma.
Pero la astucia de Cantuña puso en aprietos al demonio. Decidió engañar a Lucifer escondiendo la última piedra de la construcción sentenciando: “El trato ha sido incumplido”. Lucifer quedó asombrado por el engaño y así el indígena salvó su alma. El diablo, sintiéndose humillado, se refugió en el infierno. La iglesia tiene una pared con una piedra faltante en honor a dicha leyenda.
¿Se habría imaginado el sagaz Cantuña que siglos después se desataría una guerra en la nube mediática por el matrimonio contraído en su iglesia de un ángel de “Victoria´s Secret” con un arcángel ecuatoriano?
Referencias:
- TRAMA; “Guía arquitectónica de Quito”, 2007.
- Carlos Fernández de Córdova; “Cuerpo, visión e imagen en la religiosidad barroca”, 1993.
- Fernando Chueca Goitia; “Breve historia del Urbanismo”, 1979.
- Wikipedia; varias páginas.

