Los habitantes de la ciudad en la década de los 50 y 60 se enfrentaron a un cambio importante: la trasformación de una sociedad tradicional en su estructura social y económica hacia una incipiente modernidad. De los valores ligados a la religión y al conservadurismo político y social se pasó a adoptar valores unidos a la creciente industrialización y a la paulatina aceptación de las ideas de planificación y desarrollo moderno.
Los primeros pasos para el desarrollo se dieron en la industria del caucho, la madera, el cemento y la cerámica.
La base económica tuvo su respaldo en la nueva ideología que correspondía a la concepción modernizadora con su contenido industrializante y renovador de la sociedad. La nueva intelectualidad elaboró una ideología de recambio, de apertura al mundo del trabajo industrial y a la cultura capitalista universal. El cuencano se convirtió en “moderno”, quería el progreso, porque salió de la tradición y de los convencionalismos de tiempos pasados heredados de la vieja aristocracia criolla.
Se creó un nuevo gusto para la sociedad cuencana y se amplió un grupo social que antes no existía: los sectores medios. Con la aparición de este nuevo sujeto histórico la cultura comenzó a bajar del artificial “parnaso” perdiendo sus moldes de inspiración clásica y su afrancesamiento de los siglos 18 y 19 para llegar a las masas con un tinte más acorde con las exigencias de una sociedad que se modernizaba cada día más.
El cuencano culto se imaginó tener un pensamiento crítico que pugnaba por salir de su condición provinciana. Sin embargo, todavía existían los representantes de la ideología de la tradición que mantenían los mitos bucólicos del paisaje, la religiosidad y la creencia de poseer la inteligencia privilegiada de los hombres clásicos.
Una parte de aquella intelectualidad progresista se plasmó en la Universidad de Cuenca con la reinauguración en 1952 de la Facultad de Filosofía y la creación de la Escuela de Arquitectura y Urbanismo al final de la década del 50.
La urbe se expresó espacialmente hacia afuera, porque los señores que vivían en el centro abandonaron sus viejas casonas y se fueron a vivir en la periferia.
En esta época el oficio del diseño y la construcción edilicia estaba a cargo de los ingenieros civiles, los escasos arquitectos titulados en la ciudad de Quito y en el exterior, y los graduados en las primeras promociones de la Escuela de Arquitectura.
Se importó el estilo arquitectónico “Moderno” con poca asimilación de la élite intelectual y del ciudadano común: eran las casas y los edificios de hormigón de líneas rectas y techos planos. En contrapartida, la arquitectura burguesa retomó los códigos vernaculares propios del “espíritu del lugar” en contestación a la postura funcionalista y racionalista de los ingenieros.
Dos ideologías arquitectónicas que no pudieron dialogar. La neovernacular, sin embargo, se arraigó y fue llamada pronto “arquitectura cuencana” para orgullo de arquitectos y propietarios, quienes retomaron literalmente los sempiternos códigos locales de las cubiertas inclinadas de teja, los arcos de medio punto, lo canecillos de madera y en ciertos casos el patio para organizar los distintos ambientes de la “casa colonial”.
De este modo se llega al final de la década de los 60 y la siguiente es ya harina de otro…..articulo.
Referencias:
- Universidad de Cuenca (1867-2017); “Memoria, Actualidad y Perspectivas”, 09-2018.
- Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad de Cuenca; “CONAR y la Arquitectura Moderna Apropiada”, 06-2016.
- Mónica Rivera y María Gabriela Moyano, “Arquitectura de las Líneas Rectas”, Tesis Profesional de Arquitectura, Universidad de Cuenca, 05-2002.

