Apolo, hijo de Júpiter y Latona, era el Dios del Sol y de la Luz. También se lo representa en el Parnaso rodeado de 9 musas que figuran las artes liberales, una de las cuales es Euterpe que preside la música.
Diversos escritores clásicos personifican a Dédalo, hijo de Eupálamo y Alcipe, como innovador de la arquitectura y constructor del laberinto de Creta para encerrar a Minotauro, un monstruo mitad hombre y mitad toro.
El gran hallazgo de los pitagóricos, dentro de la tradición occidental, fue encontrar la relación matemática con la música, al descubrir con la cuerda monocorde que la octava obedece a la proporción ½ y que toda escala podía representarse con números enteros. Y también que existe una relación armónica entre los números y las formas geométricas, incluida la arquitectura, apoyada en el estudio de los secretos del número de oro: la razón entre la altura de una cara y la mitad del lado de la base es 1.618…
“La música da alma al universo, alas a la mente, vuelos a la imaginación, consuelo a la tristeza y vida y alegría a todas las cosas”, dice Platón. Y Le Corbusier afirma: “El ojo se mueve en un lugar compuesto por calles y casas. Recibe el impacto de volúmenes que se mueven en torno a él (…) si las relaciones de volúmenes y el espacio tienen proporciones justas, el ojo transmite al cerebro sensaciones coordinadas, y el espíritu obtiene de ellas satisfacciones de un orden elevado: esto es arquitectura”.
Y en la misma línea de pensamiento el maestro colombiano Alberto Saldarriaga sostiene que cualquier obra de arte, incluidas la música y la arquitectura, se obtiene por medio de la estructura o de la forma. Ambas requieren ser vividas para ser apreciadas, de ahí el carácter existencial primario de su experiencia. Lo racional y lo emotivo, lo inmediato y lo recordado hacen parte de esa vivencia.
La música, según Nietzsche, alcanza un valor artístico supremo. La arquitectura también crea valores, en donde los mortales instalan su morada, para lo que el espacio debe cubrirse de significación y memoria.
La música es “la escultura del tiempo”; la arquitectura es “la escultura del espacio”. La música se sostiene en la ejecución y luego desaparece en el silencio; el tiempo vivo permite la existencia de la música. Beethoven dijo: “La arquitectura es una música de piedras y la música, una arquitectura de sonidos”.
La música expresa pasiones, refleja temperamentos y responde a la armonía de los microcosmos, es decir, del cuerpo de los mortales. La arquitectura expresa también sentimientos y responde a la armonía de los microcosmos, de los que moran los lugares.
La arquitectura para existir, por ejemplo, la Catedral de Brasilia de Niemeyer, debe estar configurada con ciertos materiales físicos. La música para disfrutarla, por ejemplo, una sinfonía de Mozart, debe estar configurada en el tiempo mediante sonidos no lingüísticos. La arquitectura adquiere su aspecto definitivo y se instala en la tierra, mientras que la música renace a la vida sólo mientras dura su ejecución. Ambas inundan y cargan de emoción y sentido a un lugar. Es aquí donde se encuentra la clave de esta conjunción, tan extraña como fascinante. ¿Acaso no es estremecedor ver y escuchar al unísono un paisaje andino tan hierofánico como las ruinas de Machu Picchu con la solemnidad evocativa e instrumentación característica de la música indígena de Los Andes?
Hay innumerables definiciones que se han dado a través de los siglos para la música y la arquitectura. Sin embargo, quedan dos proposiciones definitivas: las que indican que ambas son arte y ciencia. Para apreciar sus valores artísticos es suficiente disponerse a escuchar la música y a experimentar la arquitectura. Y para disfrutarlas sólo se necesita buen gusto y una fina sensibilidad.
Referencias:
- Pedro Baliña, Blog; “La arquitectura según Le Corbusier”.
- Esteban Ariaudo, Clarín, Arq.; “El fascinante vínculo entre música y arquitectura”, 2019.
- Pablo Apolinar Salanova; “Aquí el espacio nace del tiempo”, Tesis doctoral de Arquitectura, Universidad Politécnica de Valencia, 2016.
- Alberto Saldarriaga; “La arquitectura como experiencia. Espacio, cuerpo y sensibilidad”, 2002.
- Marguerite Yourcenar; “El Tiempo, Gran Escultor”, 2002.
- Félix de Azúa; “Diccionario de las Artes”, 1996.
- Ediciones del Prado; “Los Grandes Clásicos, guía de apreciación musical”, 1994.
- Varias páginas de Internet.

