A. La lánguida supervivencia del paisaje rural
Imaginemos como se pintaba el paisaje rural de nuestro terruño en centurias pasadas.
Los siempre azules macizos de El Cajas saturados de manchas boscosas iban ganando en formas y en color según el movimiento de la mirada. Y los perfiles circundantes de las montañas más cercanas cortaban nítidamente el cielo azul matizado por nubes que se movían sigilosamente hasta abrirse frente al estupendo valle.
Aquí, más abierto, el verdor borboteaba por doquier. Mientras caudales distintos de aguas cristalinas cruzaban el valle salpicado de flores, totoras y viejos troncos de árboles. Son los caminos sonoros de sus cuatro ríos: el Tomebamba, Yanuncay, Tarqui y Machángara.
Algunos animales se dejaban entrever de cuando en cuando: un venado, una llama, unas liebres rompían cautelosamente la solemne quietud del telúrico paisaje andino. Y el sol, en estupendo juego cromático, con sus cálidos rayos inclinados doraba las praderas y proyectaba sombras enigmáticas en los volúmenes de su sagrada geografía.
En este paraje de ensueño un día los hombres europeos quisieron quedarse a vivir. Y lo hicieron sometiendo con la cruz y la espada a las culturas originarias. Modificaron el barro para construir paredes, recogieron las piedras arrastradas por los ríos para patios y colocaron la teja para que la lluvia se deslice por ella.
El paisaje rural de Cuenca mantuvo una personalidad construida a partir de remotas experiencias, con muros de piedra acomodada, cercos vegetales, delicados senderos y pequeñas manchas boscosas que pigmentaban las suaves laderas.
La campiña por su parte se consolidaba en torno a otros esquemas. Las casas de hacienda y las casitas campesinas armaban su propia relación que dejaba descifrar sutilmente las estructuras de la sociedad agraria. Un cierto equilibrio era manifiesto.
A partir de los años 50 del siglo pasado fuertes vientos de transformación llegan a la ciudad y consecuentemente al campo. En el área rural este fenómeno generalizado e inexorable de transformación recibió un estímulo singular por parte de la migración. A la expansión urbana de los bordes de la ciudad se sumó la transformación enajenada de los centros parroquiales y sus anejos así como también de su paisaje rural con una arquitectura impersonal e híbrida que lejos de mantener una relación cultural con el lugar transparentaba las aspiraciones “estéticas” del propietario, o presumía del dinero para exhibir un nuevo status social: el del residente exitoso que alcanzó a conquistar el nuevo Dorado. Una patética olimpiada edilicia rural se jugaba, – y se juega todavía -, para ganar las medallas al mal gusto y a quién despilfarra más dinero.
La arremetida contra el paisaje rural y el patrimonio arquitectónico vernáculo vino desde varios frentes: las empresas industriales, la incuria oficial y privada, la iglesia, el teniente político, el director de escuela, el mal gusto de muchos arquitectos y propietarios, e impropios modelos arquitectónicos importados.
En el área rural se dio la inevitable segmentación del suelo. Los cercos poblados de plantas autóctonas y de una fauna de pequeños seres se derribaron como castillos de naipes. La arquitectura sufrió los mismos males. La lánguida imagen de la “nueva arquitectura de los migrantes” tomó posesión del territorio modificándolo drásticamente. Así agoniza uno de los lugares paisajísticos que poseía Cuenca y que le daba sentido y organicidad a la comarca.
Además, las heridas dejadas en el paisaje por insulsas construcciones levantadas en orillas de ríos y quebradas y en zonas de riesgo, como los trazados viales sin mitigación ambiental, son comparables a burdas cicatrices en el bello rostro de un ser humano. Es cierto que la misma naturaleza con el paso del tiempo suele sanar sus heridas, disimular cicatrices, pero el mal ha sido hecho.
B. Recreación del paisaje rural
Pese a todo, el paisaje rural del cantón Cuenca tiene la virtud de mantener un cierto carácter y personalidad. El paisaje es todavía reconocible. Y puede ser sometido a terapia intensiva y a un proceso de recreación.
¿Qué carácter debe tener el paisaje rural para que se recree en el plano de la experiencia estética y la apropiación colectiva?
El carácter del paisaje rural de Cuenca podría estar marcado, entre otras, por las siguientes determinaciones de tipo general que le otorguen una re-encantada personalidad:
- El cuidado de las garras de la erosión natural y de la fiebre especulativa edilicia en el cinturón de collados y en las orillas de ríos y quebradas que son los regalos telúricos que han marcado el modo de ser, pensar y hacer de los cuencanos.
- Una organización sistémica de polígonos que sean orgánicos a la configuración de las sub-cuencas de la geográfica del Cantón, con un sentido de estructura formal y acoplamiento de las partes;
- La asignación de la vocación pertinente de cada polígono rural;
- La dotación de equipamientos jerarquizados, suficientes y apropiados;
- Un sistema de “caminos rurales ecológicos” y una articulación expedita polígonos – ciudad;
- Acciones varias para incidir en la disminución de la especulación del suelo;
- Normas ambientales, paisajísticas y estéticas rigurosas;
- Nuevos patrones de vivienda que fomenten la vecindad y comunidad y que atiendan al derecho de transferencia de la tierra para transmitirla a los sucesores mediante herencia;
- Normas arquitectónicas rigurosas para la vivienda y las instalaciones necesarias y pertinentes al contexto paisajístico, social y cultural rural, con alusiones poéticas de la arquitectura vernácula, volumetrías, materialidades, color, sistemas constructivos, etc.; y
- Las 3 últimas determinaciones otorgarán un sentido de identidad y por tanto un “sentido de lugar”.
Una previa caracterización del paisaje será necesaria para entender mejor el patrimonio que poseemos y también para diagnosticar su delicado estado de salud. Luego vendrán las determinaciones específicas y detalladas, para finalmente dibujar una curva de inflexión positiva en el tratamiento del paisaje rural.
C. El paisaje y la utopía
El paisaje es un lugar utópico. Mantiene el ideal de un mundo mejor como naturaleza domesticada, obra de arte viva, imagen del mundo y mundo de una imagen. Muestra las ideas de cada etapa histórica y expresa no solo una cosmovisión y un proyecto de sociedad, sino también un ideal de vida y un modelo ético y estético.
No hay mejor lugar para vivir, sin estrés, que en el campo. Es un remedio para los conflictos, para acallar el ego y renovar la conciencia. Estar en al campo supone, más que un simple romanticismo, entrar en nosotros mismos para abrirnos a los demás.
En estos tiempos de incertidumbre pensar el paisaje y ajardinar las ideas permite sembrar en nuestros paisajes interiores utopías realizables.
Cuidar el paisaje rural de Cuenca con la recreación de su memoria histórica, ambiental – arquitectónica y cultural que aún guarda es una utopía realizable. En esta perspectiva, recrear nuestro paisaje rural debe ser un deber ético y estético y además un medio para alcanzar ciertos objetivos colectivos en la permanente construcción de una Cuenca ecológica, planificada y territorialmente ordenada.
Referencias:
El presente texto ha sido redactado con el gentil consentimiento de Fausto Cardoso. Se transcriben, casi literalmente, varios párrafos de su ensayo titulado: «La lánguida supervivencia del paisaje azuayo». 2005.
Algunos ajustes de estilo corresponden a Olga Jaramillo Medina
Colegio de Arquitectos, Núcleo del Azuay; “Seminario Taller PDOT – PUGS, Cuenca”, 09 – 2021.
La imagen que acompaña al texto corresponde al Parque Nacional Cajas.

