¿Primero fue el huevo o la gallina? Este eterno dilema ya aparece en la obra de Aristóteles que afirmaba que la gallina precede al huevo. En 2006 The Guardian reunió en un panel a un científico, un filósofo y un avicultor para intentar resolver tan duradero enigma.
Brookfield dio su respuesta: “el primer pollo probablemente no nació de otro pollo, sino que evolucionó de otras razas con características levemente distintas”. Papineau fue muy concreto: “un huevo de gallina lo es si contiene una gallina”, por lo que, con este razonamiento, la gallina tuvo que salir de un huevo de gallina, incluso aunque ese huevo no saliese de una gallina. Y Bourns, presidente de un organismo avícola contribuyó al debate: “los huevos existían ya antes de que naciera el primer polluelo, claro que tal vez no tuviesen el aspecto de los de hoy”.
Y usted, estimado lector, qué piensa que fue antes, ¿el huevo o la gallina?
Sin embargo, todos conocemos a las gallinas como aves domésticas no voladoras, que tienen patas, pico y plumas, que ponen huevos y además que las sacrificamos muy a menudo para preparar una sabrosa sopa con las presas de nuestra preferencia.
Pero los científicos y los arqueólogos han ido mucho más lejos que nosotros. Han estudiado a profundidad para conocer sus secretos desde los orígenes muy lejanos.
La gallina y el gallo doméstico (Gallus gallus domesticus) proviene de un ave tropical, el gallo rojo (Gallus gallus), que habita libremente los bosques del Sureste Asiático. Se han realizado estudios genéticos que confirman que la domesticación pudo haberse producido hace unos 58.000 años, decenas de miles de años antes de que el hombre se sedentarice, en la Edad del Neolítico, para realizar las labores de la ganadería y agricultura.
Se ha descubierto además que si copulasen estas dos aves tendrían descendencia fértil por lo que la variedad doméstica se considera una subespecie de la salvaje.
La gallina tiene un sentido muy particular a pesar de no ser voladora: la magnetorrecepción. En su cuerpo incorpora una precaria brújula que no tiene nada que ver con los GPS de precisión de las aves migratorias que viajan miles de kilómetros. ¿Para qué iba a necesitarla al ser un ave no voladora con un área de campeo de pocos metros? Esta limitada herencia viene precisamente del gallo rojo que vuela con pericia en su tupido hábitat natural: el bosque tropical con una vegetación tan densa que no deja ver el sol.
El mundo sensorial de la gallina es muy completo. Es un ser sintiente. Utiliza el ojo derecho para los detalles pequeños y el izquierdo para advertir depredadores. El oído, cuando los pollitos aún están en el huevo, es un sentido para comunicarse mediante sonidos con el objetivo de que la eclosión se produzca simultáneamente. El olfato y el gusto, de igual modo, se activan para detectar intrusos. Y el tacto, que se encuentra en el pico, para manipular el entorno.
Posee una memoria tan buena como muchos primates y sus hemisferios cerebrales están especializados para tener una compleja vida social, sexual y comunicacional con más de 24 vocalizaciones diferentes. Ambos sexos son promiscuos. El gallo desea copular con el mayor número de hembras posibles, en cambio la gallina es bastante más selectiva y si se la corteja con suficiente comida mucho mejor. Y además tiene un as en la manga: puede almacenar el esperma de distintas parejas durante dos semanas y a menudo expulsa de su interior el semen de los gallos menos dominantes y se guardan solo el de sus preferidos.
Así que una criatura tan versátil y útil tenía que ser aprovechada al máximo. Lo hicieron los primeros sedentarios y los siguientes habitantes del planeta que incrementaron el número de esta ave hasta llegar a la industrialización de la especie.
La avicultura tomó impulso una vez terminada la Segunda Guerra Mundial. Una empresa de EEUU patrocinó un concurso para crear la gallina más gorda y carnosa: el híbrido ganador. Los criadores actuales usan avances de la genómica para afinar sus técnicas de crianza selectiva. Modifican el ADN para insertar genes ventajosos que mejoran todavía más su productividad.
Hoy en día el número de gallinas casi triplica la población de los humanos. ¡Existen 20.000 millones y cada año se sacrifican 6.000 millones para satisfacer el apetito mundial! En las macrogranjas conviven hasta 10.000 ejemplares en espacios reducidos, hacinados, con frecuentes casos de canibalismo y autolesión. Su enjaulada vida dista mucho de la de sus parientes salvajes que, en grupos pequeños, revolotean libremente los bosques del Sureste Asiático.
Para el bien de la humanidad, – a excepción de vegetarianos y veganos -, que la gallina clueca, con su instinto maternal, siga empollando al margen de que haya sido fecundada o no por un gallo. Y que la llamada de la generosa naturaleza le siga recogiendo en el nido, sentadita, poniendo huevos (si son runas mucho mejor) y empollando, sin apenas descanso, por los siglos de los siglos… Cloc – cloc – cloc.
Referencias:
- El País, Laura Camón; “Hemos criado gallinas durante milenios, pero ¿qué sabemos de ellas aparte de que nos dan huevos?, 30-10-2022.
- Pozo de Vilane; Galicia; “Gallina Clueca: ¿Qué es y cómo se maneja este instinto?, 4-10-2022.
- RTV. Es; “¿Qué fue primero, el huevo o la gallina?”, 11-03-2021.
- Algunos ajustes de estilo corresponden a Olga Jaramillo Medina.
- Varias páginas de Internet.

