El universo es su origen, su matriz, su lugar de nacimiento y el destino insondable. Su apellido es Estrella. Su vida fue una peregrinación que la marcó con ética y poética. Con el cultivo exterior de los sentidos y el sentido interior del cultivo. Con una sencilla ejemplaridad y dignidad.
Siguiendo al filósofo Javier Gomá, la ejemplaridad de una persona como Simón merece este contundente axioma: vivió de tal forma que su muerte temprana resultó injusta.
Y su dignidad, en clave socrática, se conducía en favor de lo bello, de lo bueno y de lo justo.
En torno a la dignidad y la injusticia humana, Kant decía que existen cosas que tienen dignidad y otras que tienen precio. Lo propio de la dignidad es lo humano y lo propio del precio es el objeto. Simón siempre con sabiduría sostenía con entereza que el peor delito que puede existir en una persona, o en la profesión de la arquitectura, es la cosificación y la mercantilización de la dignidad.
Siguió con pasión el lema Valeryano del molusco: “uno debería vivir para construir su casa, y no su casa para vivir en ella”. Se refería al pensamiento de la construcción humana permanente en todos los sentidos – incluida la arquitectura – teniendo como referencia la aproximación asintótica, utópica, del concepto griego de entelequia, de la siempre inalcanzable meta de la perfección del ser personal y colectivo.
Como académico crítico investigaba la dura realidad de la vida y sin embargo, pese a todo, siempre no dejaba de soñar con sus alumnos con ideales mayores. Por eso mismo, a más de ser inteligente, porque conocía bien los medios para conseguir los fines, fue además sabio, porque conocía los fines que merecían la pena.
¿Cómo perdurará nuestro querido compañero Simón? Su sencilla ejemplaridad merece ser recordada. Y su arte de cómo vivió con ética y poética será su memoria.
9 de marzo 2024.

