A veces el tiempo de la memoria nos invade interiormente y entonces es conveniente ser fieles a él y rescatar la fugacidad de los instantes pasados. En esta ocasión me van a permitir bucear en los recuerdos de juventud, esta vez centrados en los 70, nuestros años universitarios y de graduados, para con cierta nostalgia hablarles de una época en la que tuvieron cambios importantes en nuestra sociedad.
Años marcados por la rebelión de mayo francés de 1968 que se fraguó en el ámbito universitario y que caló en los movimientos obreros. Sus lemas fueron grafiteados profusamente en los muros de las ciudades como arte de expresión callejero que impulsaba y manifestaba los pensamientos de libertad, rechazo a la autoridad, la burguesía y las denominadas “buenas costumbres”: “Prohibido prohibir”, “Sed realistas, pedid lo imposible”, “La imaginación al poder”.
También años influenciados por el auge literario de América Latina: Borges, García Márquez, Vargas Llosa, Cortázar, Onetti, Carpentier. Latinoamérica logró una importante proyección internacional como una apuesta por la esperanza. El arte y la cultura se hermanaron con la ética y la estética, con realizaciones que afianzaron su universalidad a través de la profundización de su inconfundible identidad.
En aquellos tiempos todavía las panaderas de los barrios tradicionales de El Vado y Todos Santos exhibían en sus inmensas y flexibles canastas las aromáticas palanquetas y guaguas de pan; pero al mismo tiempo se inauguraban nuevos mini mercados que vendían panes industriales en fundas de plástico, embutidos, conservas y chocolates finos. El cine “Candilejas”, al norte de Cuenca, poseía una mala reputación; mientras la pionera “Tele Cuenca, Canal 3” ofrecía noche a noche novelas venezolanas en blanco y negro, como en blanco y negro fue lo que sucedió en la clausura de la Universidad en1970.
Y tan en blanco y negro fue la clausura de 7 meses que los holgazanes estudiantes, por la fuerza de las circunstancias, se dedicaron las noches a ofrecer serenatas a sus amores platónicos con la canción de moda del Trio Los Pachos: ¨Toda una vida”.
“Toda una vida estaría contigo
No me importa en que forma
Ni donde ni como, pero junto a ti.
Toda una vida te estaría mimando
Te estaría cuidando
Como cuido mi vida, que la vivo por ti.
No me cansaría de decirte siempre
Pero siempre, siempre
Que eres en mi vida ansiedad
Y angustia, desesperación.
Las bellas Julietas abrieron, en muchas ocasiones, su generoso corazón, acogiendo en su regazo, hasta que la muerte los separe, a los ansiosos, angustiados y desesperados Romeos.
Las festividades en la ciudad tenían un simbolismo especial. El 3 de noviembre, por la mañana, en la sesión del Concejo Cantonal el presidente de la república ofrecía el “oro y el moro” que hasta la presente fecha no se ha cumplido. Culminaban las fiestas novenbrinas, casi siempre, con torrenciales aguaceros que inundaban toda la ciudad.
En aquellos tiempos no se inventaba todavía los conceptos de “cambio climático” y “sequia hidrológica”. El pueblo nombraba a estos fenómenos de la naturaleza, muy arrepentido y con golpes de pecho, sencillamente, “castigo divino”.
Para exorcizar a la fuerza maligna de las largas sequias de agosto, septiembre y octubre, el pueblo traía en procesión y al hombro al “Señor de Girón”, una imagen de estilo Barroco Criollo de 4 clavos llamada por el pueblo creyente “Señor de las Aguas”, a la Catedral Nueva de Cuenca. Al mes siguiente, por divina coincidencia, iniciaban los crudos inviernos morlacos de noviembre porque San Pedro, heredero del Dios hacedor de la lluvia y a su única voluntad, abría generosamente las compuertas del cielo para que las aguas caigan a raudales.
Inmersos en el devenir de la cotidianidad llegó el “boom petrolero” y en forma concomitante la debacle de buena parte del patrimonio arquitectónico del Centro Histórico. La construcción de edificios modernos en altura con fachadas “curtain wall” y elementos artesanales neocoloniales añadidos, fue el resultado de una arquitectura intrascendente y de muy poca significación.
Esta fue la época en la que se inició el difícil y complejo proceso de urbanización de la ciudad: reptil urbano, máxima cinta métrica con que mide el valle la ciudad; tugurización en el centro, urbanización excluyente en la periferia; regalías petroleras y remesas de dólares transmutadas en lomos fríos de hormigón y cristal, pero también en códigos vernaculares que querían instaurar una escritura arquitectónica regional con sentido e identidad.
En este vasto océano político y cultural, a finales de la década de los 60, nos atrevimos a bucear en las tormentosas aguas del aprendizaje de la arquitectura. Aquí cabe traer a colación el sabio refrán: “en casa de herrero cuchillo de palo”. La Facultad, en ese entonces, no tenía casa propia. Las clases las recibíamos en las aulas prestadas de las facultades de Ingeniería, Química, Filosofía y Derecho. Por esta sui generis circunstancia: La República del Ecuador y en su nombre y por autoridad de la Ley, la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad de Cuenca, nos confería el título de “Arquitecto Transdisciplinario”, por haber cumplido con todos los requisitos legales y reglamentarios. Dado en Cuenca, al año 1974.
Nuestro actual bello hogar, de monumentalidad enigmática, construcción reflexiva de los espacios, simpleza y pulcritud del hormigón visto y del bermejo ladrillo artesanal, diseñado por Álvaro Malo, abrió sus puertas recién en 1976.
La Escuela había sido creada en1958 por los arquitectos Jorge Roura Cevallos (primer director y luego decano), César Burbano Moscoso y Gastón Ramírez Salcedo. Hasta el año de nuestra graduación ya se habían incorporado 80 arquitectos varones y solo una mujer: Lupita Ibarra. Y para el año 1999 el número de graduados se había incrementado a 1025, con 847 varones (83%) y 178 mujeres (17%).
El dato actualizado al 31 de octubre de 2023, hace un año, contabiliza 2710 graduados. Y la matrícula del año anterior, con 772 alumnos registrados, se distribuye entre 398 mujeres (51.55%) y 374 hombres (48.45%). Clara estadística que sugiere la perspectiva de una profesión igualitaria y con enfoque de género.
En el letargo de las noches cuencanas batallábamos hasta la madrugada para trasfigurar el maldito blanco de las láminas de dibujo a los proyectos arquitectónicos apropiados. Si a esas horas se veían luces prendidas, cuando el lucero y las últimas estrellas ya se habían apagado en el cielo, seguramente correspondían a los estudios de los compañeros que se quemaban las pestañas dibujando sus proyectos sobre la mesa con paralela, escuadras, tiralíneas, rapidógrafo y tinta china. Muy a menudo, a las 5 am, caía una enorme gota de tinta en la lámina de perspectivas, que daba al traste con el titánico esfuerzo. ¡Carajo ya perdí el año! Era el grito, más santo, que reflejaba la ansiedad y angustia del exaltado prospecto de arquitecto.
Ni el más osado de los brujos de esa época se imaginó que, después de pocas décadas, se tendría las herramientas tecnológicas digitales al alcance de la punta de los dedos de la mano: CADs, BIM, inteligencia artificial generativa, ChatGPT y el IPad, para consultar al instante todas las bibliotecas, diciplinas y los saberes del mundo.
Mientras que nuestra inteligencia artificial era la Tabla de Logaritmos patentada por Napier en 1614 y la famosa regla de cálculo, creada por Oughtred en 1622, marca Faber Castell o Aristo, que funcionaba como un computador analógico. Más tarde apareció la calculadora científica Casio, que ofrecía al instante las cuatro operaciones básicas: suma, resta, multiplicación y división. ¡Y la de última generación incorporaba la raíz cuadrada y el porcentaje!
En aquellos tiempos nuestra biblioteca de la Universidad ofrecía solo el famoso Neufert, “Arte de proyectar en Arquitectura” y unas pocas revistas descuartizadas. Los estudiantes frecuentábamos la librería ASG, única en la ciudad, especializada en “libros técnicos y complementos”, ubicada la calle Borrero entre la Bolívar y Sucre, para adquirir los útiles de última generación de las exigentes asignaturas de Dibujo Artístico y Dibujo Técnico, la esotérica Geometría Descriptiva y la caja de pandora de Diseño Arquitectónico: lápices marca Othello y Faber Castell, papel cebolla, cartulinas Canson para acuarela y dibujo técnico, portaminas, caja de matemáticas, rapidógrafos Rotring y cipatones (unos adhesivos que contenían letras y figuras tipo DIN, normalizadas en 1968 por el Comité de normas Alemanas). Y la añorada librería ofrecía, además, el servicio de Amazon de la época, solo que el libro solicitado llegaba, al menos, a los 6 meses, cuando el estudiante ya había perdido el año.
Por fortuna, en el año de 1977 apareció la excelente revista ecuatoriana TRAMA, creada por los arquitectos Rolando Moya y Evelia Peralta, que se constituyó en la consulta obligada para los temas de arquitectura, urbanismo, diseño gráfico, historia del arte y ecología. La vivienda de la pareja, que contribuyó de manera notable a la cultura arquitectónica del Ecuador y de la Región, fue consumida por un incendio forestal provocado en los bosques del cerro Auqui, en el sector periférico de Quito. Un caso más de ecocidio que causa daños graves, extensos y duraderos al hombre y al medio ambiente.
¿La poética del diseño de la mano del arquitecto, en los próximos años, será reemplazada por el mecánico y frio diseño de la mano del computador? Un futurólogo de la tecnología manifestó recientemente: “La duda no está en si la IA puede sustituir o no al ser humano, sino en cuándo va a hacerlo. Porque va a pasar. Y esto solo es el comienzo. Cuando la IA se mezcle con la computación cuántica, apaguemos la luz y vámonos”.
Sin embargo, como lo reconocen muchos científicos, para acceder a la realidad que da sentido a nuestras vidas, necesitamos recurrir a las capacidades humanas no digitales, como la intuición, la esperanza, la emoción y la empatía, que siempre han estado guiando nuestras vidas en el arte, la arquitectura, la literatura, las tradiciones culturales y la historia. No abandonemos jamás nuestra humanidad por los fríos y mecánicos sueños digitales.
En aquellos tiempos, hace medio siglo, en el año de 1974, nos graduamos quince jóvenes veinteañeros que queríamos revolucionar el mundo desde la arquitectura. Nuestra humana disciplina que Álvaro Siza la define “como un ejercicio de invención y de memoria, como la construcción de un deseo colectivo de belleza”.
Época que, a todos los que ya peinamos canas, somos abuelos y algunos hasta bisabuelos, nos suscita sentimientos de nostalgia.
El 2 de febrero se incorporó Eduardo Cabrera Palacios (+); el 28 de junio Mauro Montesinos Vial, Carlos Jorge Ortega y Jaime Heredia Montesinos; el 2 de agosto Lautaro Maldonado Ambrosi; el 8 de agosto Eduardo Peñafiel Andrade (+), Klever Rodríguez Zerda, Iván Gonzales Aguirre, Leopoldo Cordero Ordóñez y Carlos Jaramillo Medina; el 15 de agosto Esteban Malo Corral; el 16 de agosto Eduardo Quintero Zalamea y Enrique Terreros Messa; y el 21 de agosto Teodoro Torres Galán y Orlando Albornoz Vintimilla.
Los compañeros, que en este año cumplimos medio siglo de graduados y ejercido la profesión en sus diversas dimensiones, expresamos nuestros agradecimientos sinceros al Colegio de Arquitectos por este acto tan humano y generoso.
En aquellos tiempos, cuando éramos estudiantes de Arquitectura… Muchas gracias, muchas gracias.
Nota: En la imagen que se acompaña se aprecia, de izquierda a derecha, a los siguientes arquitectos graduados en 1974: Eduardo Quintero, Antonio Malo (en representación de su hermano Esteban), Lautaro Maldonado, Carlos Jaramillo, Mauro Montesinos, Enrique Terreros, Orlando Albornoz y Klever Rodríguez.

