Después de 20 años de pleitos con el aeropuerto de Palm Beach (Florida) el magnate decidió retirar una demanda de 100 millones de dólares por la contaminación auditiva y atmosférica que ocasionaban los vuelos de los aviones que surcaban el cielo de su mansión Mar-A-Lago.
Y ya no fue necesario el pleito porque como presidente de Estados Unidos, desde enero de 2017 a enero de 2021, el Servicio Secreto ordenó al aeropuerto que los aviones no podían perturbar la tranquilidad de su residencia, que está ubicada a cuatro kilómetros de las pistas.
La mansión, por las razones del destino electoral, tiene un ambiente de tranquilidad que siempre quiso tener, a pesar de que Trump con total incoherencia tuiteó en campaña de ese entonces que “todos los eventos climáticos son utilizados por los mentirosos climáticos para justificar mayores impuestos”.
El magnate compró la finca de 7 hectáreas con una casa edificada en los años 20 del siglo pasado por una dama de la alta sociedad americana. El inmueble fue diseñado por arquitectos americanos y europeos que concibieron un conjunto de inspiración mediterránea para emplazarlo en la costa Atlántica con tejas de Cuba y miles de azulejos españoles. La estrambótica obra está catalogada, a pesar de su exquisito mal gusto, como patrimonio arquitectónico por el Gobierno Federal de Estados Unidos.
En su testamento la dama ordenó que Mar-A-Lago pase a ser una residencia de invierno para los presidentes de Estados Unidos, deseo que nunca se cumplió. Sus herederos terminaron más bien vendiendo la propiedad a Trump, persuadido por su esposa de aquel tiempo, Mrs. Ivana.
En estos años la mansión, aparte de servir como residencia de los Trump cuando pasan en Florida, ha prestado el servicio de club privado exclusivo, uso de suelo que ha motivado el encono de sus vecinos, los patricios anglosajones. El magnate no hizo el más mínimo caso a estos quejosos pelucones. Levantó en la medianería una bandera yanqui de un alto de 24 metros.
En los últimos tiempos el presidente electo se ha permitido convertir a la mansión como si del Despacho Oval se tratara. Ha recibido a políticos, empresarios y mandatarios extranjeros antes de su posesión. Además, según algunas versiones de la prensa rosa, también se han dado discretos flirteos a no pocas féminas de la farándula americana.
Mar-A-Lago continúa siendo la residencia de descanso del presidente reelecto de Estados Unidos. Sus invitados pueden conocer parte de las 126 lujosas habitaciones. En una de ellas, además, pueden admirar un retrato suyo, en traje de tenis con un tempestuoso ocaso de fondo “Florida style”.
Trump, a comienzos del mes de noviembre del año pasado celebró los resultados de su triunfo electoral en su residencia de Mar-A-Lago, rodeado de miles de seguidores y de aliados, entre ellos Elon Musk (el hombre más rico del mundo) y Eduardo Bolsonaro (hijo del expresidente de Brasil) , en un ambiente festivo, de victoria y de promesas de “restaurar la grandeza de Estados Unidos”.
Esta vez, una arquitectura estrambótica, kitsch, presuntuosa, que replica estilos refinados, pero que solo consigue falsas imitaciones para el consumo masivo, fue el escenario que marcó un hito electoral para una nueva etapa del partido conservador norteamericano.

