4. Visión morfológica
El concepto de fuerza ya fue avizorado por los filósofos europeos Herder y Schelling en los siglos 18 y 19. El simple pensamiento analítico, disgregador, ha de poseer, por encima de él, un principio de unidad que dé sentido de totalidad a nuestras consideraciones analíticas. Tiene que haber en contrapartida una dialéctica, que relacione y ensamble. Y en los fenómenos de la naturaleza se debe entender que será el resultado de múltiples conexiones de fuerzas. La naturaleza es contemplada como una totalidad orgánica, una natura naturans que por medio de la polaridad de fuerzas opuestas va dando lugar a distintos estadios de un desarrollo progresivo que son otros tantos jalones en la emergencia, en la conciencia humana del “espíritu latente”.
Desde Alemania Goethe mira a la naturaleza como un orden no estático de formas que, en la pluralidad de sus expresiones particulares, manifiesta una “protoforma”, ya sea animal o vegetal. La noción acuñada por el filósofo de “morfología” es precisamente el estudio de las formas orgánicas y sus transformaciones en virtud de su libre dinámica interna.
Esta perspectiva de la concepción de la naturaleza que superó el materialismo mecanicista francés, de una lectura exclusivamente matemática, así como el rechazo de toda concepción trascendentalista de la divinidad y del teologismo ingenuo, abrió un fecundo camino no solo para las ciencias de la naturaleza, sino también para las ciencias históricas.
Por estas nuevas razones, la naturaleza ya no es interpretada como algo mecánico, es decir, como una “res extensa”, sometida por completo a la ley de la inercia. La naturaleza es mirada como un organismo vivo y animado en un incesante movimiento de emergencia y desaparición de formas particulares, una pluralidad espacio-temporal que, sin embargo, constituye una unidad eterna que es la divinidad misma.
Y Humboldt unió el estudio de la naturaleza física con una consideración moral de la misma. Una suerte de síntesis del estudio científico con el morfológico., con una mirada de la naturaleza como “cosmos” para su goce espontáneo y desinteresado del espíritu. “Si al borde de la selva virgen escuchamos atentamente los tonos más débiles en medio de este aparente silencio de la naturaleza, percibimos un sordo murmullo… en cada arbusto, en la corteza estriada del árbol, en la tierra blanda poblada de himenópteros, se mueve perceptiblemente la vida…”
La expresión artística de la pintura europea, con visión romántica de signo impresionista del siglo 19, afín a la espiritual estética reclamada por Ruskin, toma sus argumentos en contra del primer industrialismo y el mercantilismo económico de la época. Por ejemplo, los paisajes de Turner, Blake, Delacroix y Friedrich, muestran énfasis en las emociones, el individualismo, la imaginación, lo impredecible, lo subjetivo y la naturaleza. Los paisajes representan la flora y fauna de una manera idealizada utilizando pinceladas audaces y colores vibrantes para transmitir la intensidad de la experiencia.
El poeta portugués Pessoa a inicios del siglo 20 sigue el concepto de fuerza de los filósofos Herder y Schelling para referirse a las bellas formas naturales: “Uno puede formular una estética basada no en la noción de belleza sino en aquella de la fuerza”. Precisamente por esa fuerza telúrica la impresión que causa la naturaleza se eleva a la categoría espiritual más elevada. Se trata de una impresión cuyos elementos se sitúan tanto más acá como más allá de la simple forma estética de la naturaleza. Lo telúrico se nos muestra en estado puro en su fuerza.
Nota: La imagen corresponde a la obra destacada que representa la fuerza de la naturaleza en el siglo 19; «El caminante sobre el mar de niebla» de Caspar David Friedrich.

