4. CUENCA EN SU MAYORIA DE EDAD COMO PATRIMONIO DE LA HUMANIDAD
Parafraseando a Humberto Maturana se podría decir que el Centro Histórico de Cuenca (CHC) es un lugar para caminar. Y este caminar implica reinventar la ciudad.
Pero este caminar no puede ser un acto de comunicación unilateral. Es ante todo un hecho decodificador que involucra al viandante con su experiencia vital. Ningún mensaje urbano permanece impermeable a la lectura de su receptor.
Y la historia de los recorridos del CHC debe comenzar en el suelo, con los pasos, que permiten una representación háptica y de apropiación cinética de su arquitectura.
La experiencia caminante del CHC debe traducirse de este modo en la elaboración de mapas mentales para transcribir sus huellas y sus trayectorias. Deben ser imágenes transitivas, caligrafías móviles antes que simples representaciones frías de una ciudad funcionalista. Y esta caligrafía urbana debe registrar los tres valores fundamentales del CHC: su sensibilidad, su deontología, y su epistemología. Es decir, sus sensaciones, sus éticas y sus verdades profundas.
Más allá de lo puramente funcional y pragmático del andar por el CHC, una retórica caminante permitirá seleccionar y escoger lo más significativo y existencial de la ciudad; o si se prefiere decir en clave literaria, se deberá ejercitar un asíndeton urbano.
El CHC no es un cuadro renacentista que debe ser visto desde una sola perspectiva. Más bien, es un collage espacial compuesto de reliquias arquitectónicas, historias yuxtapuestas, tiempos amontonados, textos rotos, fragmentos, cronotopos, fenotopos…. donde sus relaciones son móviles y forman, por eso, un conjunto simbólico de alta significación.
De este modo el CHC estará presente como un relato a la espera, como un jeroglífico urbano listo a ser reinventado y ricamente imaginado por sus habitantes y visitantes.
Esta tarea es un desafío para vivir una experiencia en libertad, vivencial, imaginativa, fenomenológica, libre del lenguaje de sus ataduras convencionales para acercarse a la poética arquitectónica, a un diálogo de altura, entre los sentimientos expresados en la arquitectura de la ciudad y de quienes experimentan un lugar tan especial.
El habitante o el visitante que está dispuesto a vivir poéticamente el CHC, siempre experimentarán esas diferencias y lo sentirán plenamente. En todo caso, la poética de la arquitectura se revelará cuando la materia trasciende lo prosaico y lo puramente utilitario, y se ilumine, por así decirlo, con destellos de sensibilidad, unas veces intuitivas, otras deliberadas, unas veces circunstanciales, otras permanentes.
También las experiencias poéticas tienen una relación directa con la temporalidad del CHC. El pasado es una de ellas, porque posee su propia pátina y evoca vivencias especiales. Y estas experiencias del pasado son más rotundas cuando se confrontan con la fuerza de lo nuevo propio de la contemporaneidad. En el CHC cohabitan como hojaldres urbanos varios estilos arquitectónicos que han esculpido la ciudad aborigen, colonial, republicana, moderna y contemporánea.
No olvidemos que las cualidades del CHC no radican únicamente en sus formas arquitectónicas o en sus materiales. Radica también en aquello que favorece la vida cotidiana: el derecho a la ciudad para disfrutar de un hábitat seguro y saludable, la vivienda digna, los espacios públicos y equipamientos comunales, los lugares para la cultura y la participación democrática plena de los ciudadanos.
El Expediente de Cuenca ante la UNESCO para su declaratoria como patrimonio mundial, el 1 de diciembre de 1999, argumenta estos criterios:
“Criterio (I): El genio creador del hombre es palpable en las estructuras urbanas de dos mundos que se encontraron a raíz de la conquista.
Criterio (II): Cuenca ilustra la perfecta implementación de los principios de planificación urbana del Renacimiento en las Américas.
Criterio (IV): La fusión exitosa de las diferentes sociedades y culturas de América Latina está simbolizada de manera sorprendente por el trazado y el paisaje urbano de Cuenca.
Criterio (V): Cuenca es un ejemplo sobresaliente de una ciudad colonial española planeada en el interior”.
En el Expediente de Cuenca se consigna además, con rotundidad, que la arquitectura es el repositorio material que mejor expresa el mestizaje como la más íntima y sublime expresión de la cultura de la ciudad: “El valor excepcional de la arquitectura cuencana radica, no tanto en la monumentalidad de sus construcciones, sino más bien, en esa singular capacidad de adaptación a las diversas corrientes arquitectónicas del pasado, adaptación que se concreta sin que se desintegre su esencia de ciudad colonial, que mantiene en los esquemas de sus monasterios y de su arquitectura civil su máximo soporte”.
Nota: El autor de la imagen adjunta es el Arquitecto Carlos Palacios P.

