7. CUENCA MÁS ACÁ Y MÁS ALLÁ DE LA ARQUITECTURA (Penúltima entrega)
El cortometraje de ficción de Elías León Siminiani titulado “Arquitectura emocional 1959”, (Espiga de Oro y candidata a los Goyas de este año) nos interpela de una forma originalísima sobre el Madrid de los años 60 con una dosis de amor y urbanismo. Relata una historia de dos chicos universitarios de distinta clase social nacidos en la posguerra paseando por la capital de hoy y protegidos por los edificios de entonces.
La película muestra la relación de los chicos ligando a la arquitectura a los espacios urbanos, a las vistas desde ventanales, a las calles que frecuentaron y que han sobrevivido durante más de medio siglo. “El corto pretende ser un grano de arena en la divulgación del patrimonio, en la conciencia respecto al impacto emocional de la arquitectura”.
La interpelación de Siminiani llega en este sentido: hay lugares vividos con intensidad e imposibles de interpretar bajo otra luz que no sea la nuestra, la más personal e íntima. Lugares que no salen indemnes de nuestras vidas y que por su resplandor y resonancia tienen atributos espaciales.
Por ejemplo, para la ciudad de Cuenca: de los colores como la Plaza de las Flores la Feria Libre y, en general, todos los mercados populares. Hay en ellos el perfume de las margaritas, la modestia de las violetas, la perenne florescencia de las primaveras, el acholo de los geranios. Y las pirámides de frutas de la Costa, las trincheras de verduras frescas de la Sierra, el crujir del cuerito reventado entre los dientes. En fuentes de agua helada se muestran los cangrejos, los camarones, el pulpo y los calamares. Acá están los cocos y los verdes; allá las plantas medicinales como la uña de gato, la manzanilla, el cedrón y el tomillo; y más allá las hierbas aromáticas como la albahaca, el perejil, el laurel, el romero, la hierbabuena; incluso el orégano y el ajo, – que tienen propiedades expectorantes para combatir infecciones respiratorias -, y que exhalan pasiones diversas y evocativas.
De los olores, como el barrio de Todos Santos, cuando por la tarde sale el pan de los pocos hornos de leña que quedan y se bautiza con nombres tan deliciosos como: las costras, las rodillas de Cristo, los mestizos, las guaguas de pan…
Conventuales, como las casas del Centro Histórico con esos portones inmensos y ventanas protegidas con doble hoja que los vuelven infranqueables a las inquisidoras miradas, pero no a la imaginación. ¿Quiénes las habitarían? ¿De qué hablarían en sus largas tertulias cuando los arreboles del poniente incendiaban sus largas tardes esperando la caída del día?
Acogedores, como casi todos los patios de las viviendas republicanas y las poquísimas huertas que han desafiado al tiempo y a la falsa modernidad. Pero sobre todo el patio de la “Casa de las Palomas” ahora sede del Instituto de Patrimonio Cultural Zonal 6, ornamentado con el exuberante acanto de hojas recortadas de verde intenso y de un brillo único. Cuenta la leyenda que Calímaco, el escultor griego, fue el inventor del capitel corintio en el siglo V AC, cuando al visitar la sepultura de una niña en primavera vio como las hojas de acanto crecían alrededor de su canasta con muñecas. Esa imagen le dio la idea para crear un capitel que recreara lo visto. Por su belleza y por su historia el acanto se extendió por Occidente al salir del Mediterráneo para escalar por las columnas y convertirse en piedra para ornamentar los edificios de todo el mundo.
Que congelan la historia, como casi todos los conventos y museos de la ciudad que huelen a naftalina, humedad y pasado. Ahí está desafiando a las polillas y a la memoria colectiva el abandonado Museo de Arte Religioso de la Concepción que ocupa parte del Convento de Clausura fundado en 1599. El silencio se hace carne en el Monasterio. Sus desolados ángeles arcabuceros nos increpan y sus ángeles de la guarda nos imploran que los salvemos de su desamparo.
Lugares para caminar, detenerse, de nostalgia y de romance. ¿Porqué por ahí y no por otro lugar? ¿Existirán referencias cósmicas que se mimetizan en la tierra y en los lugares? En el Paseo del Barranco y los Parques Lineales los caminantes están convencidos que hacer ejercicio, charlar y contemplar, como a la vieja usanza de los habitantes de esta ciudad, es mejor que chatear.
Lugares para detenerse a beber “agua de pitina” en la Plazoleta de la Flores o comer una quesadilla de las Conceptas, que se deslíe en la boca, es una forma de cesar el ritmo del tráfago incesante y de silenciar el torbellino del ruido. El Puente Roto, lugar cargado con un sentimiento de encanto, en donde los enamorados se juran amor eterno intentando parecerse a las piedras de sus estribos que no fueron arrastradas por la creciente de 1950, conectó el pasado con el presente, la ciudad antigua con la nueva, lo alto con lo bajo, el Parque Calderón con El Ejido, símbolo de la nueva ciudad que nació el siglo pasado.










