Pedro Franco Dávila

El Fantasma del Gabinete

Juan Pimentel en “Fantasmas de la ciencia española” (2020), encuentra una metáfora perfecta para la historia de la ciencia española. Describe que en gran medida es una historia de fantasmas, un catálogo de aparecidos y desaparecidos, un museo quimérico en que muchos muros y salas enteras están vacías, se detectan presencias abolidas, sombras errantes que no tienen descanso porque no recibieron la adecuada sepultura y que el paso del tiempo no ha extinguido las consecuencias de la desgracia que las fulminó.

Las historias de fantasmas, las imágenes y los relatos que más nos fascinan son las que no pueden verse o los hechos que por oscuros intereses no se han contado. También nos interesa la parte de la historia sobre la que se escribe con mayor erudición y apasionamiento porque seguramente nunca llegó a suceder.

La figura de Pedro Franco Dávila, nacido en Guayaquil en 1711, entonces Virreinato del Perú,  muerto en Madrid en 1786, de padre español y madre criolla, formado en la prestigiosa Universidad de San Marcos de Lima, bien puede ser descrita como la historia de un fantasma criollo.  Su presencia en la historia del Ecuador ha sido abolida por el poder central de Quito. Ventajosamente  hay una historia alternativa que siguió su luminosa sombra errante para impedir la extinción de su inmenso aporte a la historia de la ciencia y el arte de España y Europa.  

Como rico comerciante explotó con su padre sus haciendas agropecuarias en Guayas, especialmente el cacao y maderas semielaboradas. Y como propietario de astilleros, aduanas y  negocios marítimos, le permitió viajar haciendo negocios por América y Europa.

En Europa su insaciable curiosidad científica estuvo marcada por el prodigioso Siglo de la Luces.  Autodidacta, los descubrimientos ejercieron sobre él una secreta fascinación para coleccionar las maravillas de los mundos humano, natural, vegetal y mineral. La influencia de la Filosofía de la Ilustración de Herder, Goethe y Humboldt, entre otros, debió ser clave para mirar el mundo de una manera especial.

En su residencia de más de 14 años en París se vinculó con la Ilustración.  Asistía a conferencias, tejió una intensa red de contactos y de reciprocidades intelectuales.  Tenía además correspondencia e intercambio de piezas con grandes coleccionistas particulares y de centros europeos. Por ejemplo, con el conde de Saceda o el Infante don Luis de Borbón (hermano del Rey Carlos III), la Royal Society, el Gabinete Imperial de Viena y con la monarquía española. Franco Dávila realizó un análisis minucioso de las piezas, valoró y documentó de acuerdo a la clasificación establecida en la época.

Compró especímenes botánicos, zoológicos y geológicos, invertebrados marinos, bronces antiguos, piedras preciosas, trajes, armas, lacas, libros, raras estampas europeas, retratos de hombres ilustres en guerra, cartas hidrográficas y topográficas, curiosidades del arte, piezas etnográficas, mapas del mundo  y planos de ciudades.  Además,colecciones de corales, peces y esponjas de las islas Baleares y del  Caribe; una remesa de azufre cristalizado de Cádiz; minerales y fósiles de Chile, Perú y Río de la Plata; el meteorito de Sena, caído en 1773; la colección iconográfica de Van Berkheij; el célebre megaterio que llegó en 1788 proveniente del Río Luján, Argentina, que fue la primera reconstrucción y montaje que se hizo de un vertebrado fósil. Y por otra parte diversos objetos de las culturas precolombinas y piezas de arte chino enviadas desde Filipinas.

También creó una biblioteca compuesta por más de 2.000 ejemplares originales de los temas más diversos. En palabras del botánico francés Michel Adanson, “verosímilmente lo más rico que ningún particular haya formado”.

En 1767 había publicado una obra en tres volúmenes en la que describía sus colecciones con la precisión y acierto de sus clasificaciones, la descripción detallada de muchos de los ejemplares y la definición científica de sus piezas.

Por su aporte al mundo de la ciencia y de su incomparable colección, obtuvo más títulos académicos que cualquier ecuatoriano hubiera querido alcanzar. Fue miembro de la Academia de Berlín, la Royal Society de Londres, la Real Sociedad Bascongada de Amigos del País, la Real Academia de la Historia  y la Academia Imperial de Ciencias de San Petersburgo.

Viaja a España y tras varias ofertas de venta rechazadas por Carlos III, el monarca urbanista del Madrid Neoclásico,  acepta su magnífica colección en donación para constituir un Real Gabinete de Historia Natural de Madrid, con la única condición de que Franco Dávila sea nombrado como director y con el sueldo  que el  monarca estimase oportuno.  Se acepta la oferta y se crea el Gabinete por Decreto en 1771 y el propio Rey ilustrado dona muchos de los animales recibidos como regalo, entre ellos un elefante indio. Además el Tesoro del Delfín dona una gran colección de piezas, alhajas, cristales y tallados, de una herencia recibida de su abuelo el Gran Delfín de Francia.

El Real Gabinete abrió sus puertas en 1776 en la sede del Palacio de Goyeneche ubicado en la madrileñacalle de Alcalá. Franco Dávila ocupó el cargo de director hasta su muerte en 1786.

 El Gabinete había estado expuesto en un principio en la Academia de San Fernando para compartir un proyecto común civilizador de conocimiento y progreso con los otros centros de la ciencia y la medicina española: la Escuela de Mineralogía, el Laboratorio de Química, la Academia de Ciencias, el Jardín Botánico, el Observatorio Astronómico, la Escuela de Medicina y el Hospital San Carlos.

El Real Gabinete de Historia Natural de Madrid publicó dos tomos que contenían láminas que representaban animales y monstruos de su colección. Posteriormente apareció el Diccionario Histórico de las Artes de Pesca Nacional.

Tras la muerte de Franco Dávila, el Real Gabinete siguió con su intensa actividad, promovió y apoyó todo tipo de expediciones científicas como la de Malaspina en Bolivia y Chile y el viaje de Humboldt a América. Impulsó una Escuela de Mineralogía y la publicación entre 1799 y 1804 de 21 números de los Anales de la Historia Natural con el concurso de científicos de prestigio en las ramas de la mineralogía, botánica y química.

Del Real Gabinete de Historia Natural salieron piezas para constituir el origen de varios museos españoles que prestan su servicio en la actualidad: el Museo Nacional de Ciencias Naturales, el Museo Arqueológico Nacional y el Museo de América. Otras piezas están en el Museo Nacional de Artes Decorativas, el Museo Nacional de Antropología, el Museo del Prado, la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, el Museo Naval de Madrid, el Museo del Traje, el Real Jardín Botánico y la Real Biblioteca Trujillo del Perú.

La guerra contra Napoleón provocó el cierre del Real Gabinete en 1813, al año siguiente se reabrió y en 1815 pasó a llamarse Real Museo de Ciencias Naturales. La Real Academia de Bellas Artes de San Fernando ocupa actualmente el Palacio de Goyeneche.

Ni los siglos transcurridos ni los oscuros intereses centralistas del Ecuador han podido sepultar la estelar figura de sabio investigador y naturalista de Dávila Franco. Puede sentirse todavía su potente presencia fantasmal en las galerías españolas y europeas. Vuelve  a aparecer una y otra vez con su sombra deambulando salas de exhibición y sus manos aún clasifican con fervor maravillosas piezas y curiosidades del arte. El mobiliario original del Gabinete se utiliza para eventos culturales; en la mesa de Manila, el reloj fabricado en la época de Floridablanca, marca las horas con mayor precisión que un cronómetro suizo. Y quiero pensar que el Cuadro de la Historia Natural Civil y Geográfica del Reino del Perú, colgado en la sala principal del Palacio de Goyeneche, es su obra favorita de entre las miles del inmenso legado que el extraordinario criollo guayaquileño donó a España.

Referencias:

  • Wikipedia
  • “Museo Nacional de Ciencias Naturales: Fundación y primera época (1771-1814)”.
  • Juan Castro Velázquez (2017): “Don Pedro Franco Dávila”, Memorias Porteñas.
  • Juan Pimentel (2020): “Fantasmas de la ciencia española”.
  • Testimonios de Olga Jaramillo Medina y Juan Sanmartín Grau.

Monetizar el Espacio

Una empresa privada envía por primera vez astronautas al espacio para acoplarse a la Estación Espacial que se encuentra a 400 kilómetros de la Tierra. La misión ya no corresponde a la NASA sino a la empresa Space X de Elon Musk. El lanzamiento coincide con el pico de la pandemia del coronavirus, cuando se ha rebasado en EE UU la cifra simbólica de 100.000 fallecidos y el país se encuentra envuelto en las protestas raciales contra la violencia policial después de la muerte de George Floyd en Minneapolis.

Dos veteranos astronautas llegaron por una pasarela elevada a 70 metros del suelo, vestidos con sus estilosos trajes espaciales diseñados por la misma empresa  del jefe de Space X. Con la clásica sonrisa americana abordaron la cápsula Crew Dragon colocada encima del cohete Falcon 9, bautizado así en honor del Halcón milenario de Han Solo.

 Después de superar varios obstáculos, el Falcon 9 ha subido por el cielo, como una jabalina incandescente lanzada por la Diosa Griega Antigua Atenea, para poner  en órbita a los astronautas. Una nueva era del espacio, la carrera espacial privada, o más precisamente,  la era de la monetización del espacio.

Elon Musk, el multimillonario dueño de PayPal  y Tesla, entra en la exclusiva liga de entidades que han enviado astronautas al espacio. Creció consumiendo ciencia-ficción y comprendió que la misma tecnología que le hizo rico le permitiría cumplir sus sueños infantiles alimentados por la hazañas de la NASA. Si la misión concluye con éxito, se consumará el cambio en la relación del ser humano con el espacio. Los planes de las compañías privadas concretarán los viajes de turistas y además inyectará confianza en los próximos objetivos de negocios espaciales. Primero, volver a la Luna, después llegar a Marte y en unas décadas viajar a las profundidades de nuestro Sistema Solar.

Este acontecimiento es también un signo de nuestros tiempos privatizadores que trae una pregunta sobre los nuevos “robber barons”, ese término utilizado en Alemania para nombrar a los primeros nobles  que se enriquecían ilícitamente y luego a mediados del siglo 19 para quienes amasaban grandes fortunas manipulando mercados y corrompiendo  gobiernos,  gracias a los desarrollos tecnológicos o industriales de la época. Vanderbilt, Morgan, Astor, Stanford, Rockefeller, Rosthschild, entre otros, manejaron de este modo industrias que moldearon el mundo del acero, ferrocarriles, petróleo, finanzas y medios.

En esta nueva época de innovación tecnológica digital ese término está de vuelta. Musk es uno de ellos. Existen otros “barones”: Bezos, Zuckerberg, Kalanick que se han convertido en multibillonarios y poderosos gracias al manejo de los datos a través de algoritmos para solucionar problemas cotidianos. Uber, Airbnb y Facebook han desbaratado negocios mundiales enteros, pero a diferencia de hace un siglo y medio, sus negocios utilizan nuestros datos, ven cómo navegamos Internet, reconocen nuestros gustos y saben antes que nosotros qué queremos comprar. Su control sobre nuestras vidas es espeluznante, se aprovechan de que todavía no hay leyes universales para imponer sus condiciones y chantajes laborales.

Es probable que cuando Elon Musk colonice Marte en 2022 pronuncie esta frase: un pequeño paso para Space X, un gran salto para la monetización del espacio.

El Tren de la Memoria

Una carambola que despidió mucho vapor

La azarosa historia del ferrocarril ecuatoriano se inicia como un sueño en los primeros años de la República en la presidencia de García Moreno. Pero después, quien quería hablar del ferrocarril, era tachado como resucitador de malos negocios y de gobiernos que habían construido un elefante blanco que solo rodaba en las planicies de la Costa, desde Durán hasta Yaguachi y que continuaba sin rumbo definido hasta el río Chimbo, al filo de la cordillera.

Transcurrían los últimos años del siglo 19, en un café de Nueva York en una tarde de billar, de un extremo a otro de la sala uno de los hombres de negocios ecuatorianos en misión junto a un ministro del presidente  Alfaro, estruendosamente exclamó:

  • ¿Hey, Harman, quieres hacer un ferrocarril?
  • Paró la jugada, el taco levantado y preguntó:
  • ¿A dónde?
  • Abajo.

Harman tenía experiencia fresca en este tipo de aventuras y era eso precisamente lo que le atrajo venir al Ecuador, al centro del mundo, ignorando que el trópico no sería su único adversario, sino también los Andes y sobre todo la opinión pública conservadora y ciertos intereses oscurantistas de la época. Sin embargo, la empresa había nacido. Se firmó el contrato en Abril de 1897 por un monto de 17.532.000 dólares para una extensión de 390 millas.  Para muchos el empréstito era muy caro y para el Poder Legislativo: “el pretexto para saquear la nación, sin perjuicio de calificar al Presidente Alfaro, de traidor a la Patria”. La compañía tenía que explotar el ferrocarril durante 75 años y la obra se debía terminar en un lustro.

“El Tren más difícil del mundo”

Uno de esos días visitaba Míster Harman en su despacho al Presidente y le preguntaba desconsolado:

  • ¿…. Y ahora qué vamos a hacer?
  • Alfaro respondió:
  • Primero, don Archer, bebamos un whisky para espantar al diablo.

Ese whisky era en parte el culpable de que la vía ferroviaria trasandina ecuatoriana entrase al fondo del turbulento río Chanchán. Y también que ese tren que parecía imposible se sobrepusiese a territorios hostiles aunque de desbordante belleza, con riscos, quebradas infinitas y cumbres empinadas, para llevarlo hasta las nubes. “El Tren más difícil del mundo”, como lo calificó el ingeniero Sigvald Müller, comisionado del Presidente, cuando completaba los estudios para el trazado del ferrocarril hasta la parte alta de Sibambe.

Mientras tanto, al borde de las paralelas se cavó más de un cementerio.  Sobre el hombro las miradas tristes contemplaban a sus muertos peones nacionales y jamaiquinos en Naranjapata, Chanchán y Huigra. Y otros menos afortunados fueron sepultados en aludes, ríos, despeñaderos.

El ferrocarril no avanzaba más allá del campamento de Pistichi, porque obstaculizaba un formidable peñón bautizado, no con poca imaginación, “La Nariz del Diablo”. La necesidad y el ingenio volvieron a derrotar la adversidad: la construcción con pico y pala de la línea en zig-zag  para que la máquina retroceda y avance sin dar curvas fue el atajo ferroviario ideal para avanzar.

“Avanza el monstruo” decían los periodistas de la época, a pesar de las dificultades, las polémicas y los reclamos de los hacendados. El propietario de la hacienda “Mancheno” en Chimborazo, no vaciló en disparar contra el ingeniero americano John Daze, hiriéndole en una pierna.

Llegó a Alausí en Septiembre de 1902, bordeó las faldas del volcán Chimborazo, jadeando surcó hasta las nubes  en la estación de Urbina a 3.600 metros de altitud y arribó a Riobamba en julio de 1905. Pero la fecha gloriosa se dio el 25 de junio de 1908 con la entrada triunfal  de la locomotora N° 8 a la estación Chimbacalle de Quito. El  contratista Harman y Don Eloy fueron recibidos por 30.000 almas y por damas de alta costura con largos faldones acompañados por elegantes caballeros de bastón y bigote engomado; con arcos de palmas, laurel y flores, tañido de campanas, banquetes, danzas y festivales populares que duraron cuatro días. Los 3 personajes tuvieron su día de gloria y después de luto: Harman murió en Brooklyn en 1911 aplastado por un caballo, Alfaro  terminó su vida en la “Hoguera Bárbara” en Enero de 1912 y el “Tren más difícil del mundo” quiere  ser vendido por unas cuantas monedas según los planes del actual presidente.

El Ramal del Sur inició su construcción a partir de 1915 desde Sibambe. La ruta trazada contempló: Sibambe, Chunchi, Cañar, El Tambo, Biblián y Azogues que recibió la primera locomotora en 1948. El 6 de Enero de 1965, a las 4 de la tarde, se escuchó el primer pitazo de la locomotora en los cuatro puntos cardinales de la conventual ciudad de Cuenca, a los 104 años de la expedición del Decreto de García Moreno que autorizaba la construcción de carreteras y ferrocarriles y a los 50 años que la compañía alemana Oreinstein Kopper, representada por Eduardo Morley, suscribiera el contrato para su construcción.

El éxito del ferrocarril facilitó que otros gobiernos construyeran varios ramales. Quito-Ibarra-San Lorenzo,  Guayaquil-Salinas y Machala –Pasaje fueron parte del sistema nacional.

Para seguir con el sueño del tren imposible, Harman había presentado un proyecto a Alfaro para integrar el océano Pacífico con el Atlántico a través de la Ruta Trasandina. “¡Un ferrocarril a la Amazonía que podría llegar hasta la desembocadura del río Napo, partiendo desde Ambato!” El proyecto tenía la inspiración de una leyenda, pero esta vez no para expoliar sus áureas riquezas, sino para convertirse en la redención del Oriente y el desarrollo del País.

La agonía y muerte del Monstruo de los Andes

Las noticias de las últimas décadas del pasado siglo y los primeros años del presente relataban la tragedia y destino del ferrocarril: viejas locomotoras con desperfectos, fallas geológicas en varios tramos, hurto de rieles, falta de durmientes, puentes  semidestruidos, el mantenimiento de los viejos equipos caro y difícil por falta de repuestos…. Además, el tren ha perdido competitividad frente a las carreteras por falta de seguridad y rapidez.

La Cámara de la Construcción de Quito en 1991, lamentó la inexistencia de estudios serios de un proyecto gubernamental del presidente  Rodrigo Borja para rehabilitar el ferrocarril. Se demandó a las autoridades cancelar el crédito francés y español, porque la obra significaba una competencia desleal al sistema de carreteras existentes. Mientras tanto, los secretarios de los sindicatos ferroviarios descarrilaron al poder económico, relacionándolo con los contratos de carreteras  y por ser el sepulturero del tren de Alfaro.

Luego de algunas décadas de agonía murió el símbolo de la unidad nacional entre la Sierra y la Costa. Sus maquinistas, “brekeros”  (castellanización del término brake, frenar en inglés), areneros y vagones abandonados a su suerte, ya no traen ni llevan a nadie, tampoco arrancan sentimientos de emoción, ni son cómplices de amoríos secretos, intrigas y pasiones. Es solo un recuerdo melancólico el bullicio de los vendedores que ofrecían queso de hoja, coco helado, pescado fresco, jugos de alfalfa-mora-tomate de árbol, malta con huevos como afrodisiaco, huevos duros, una cerveza para el chuchaqui y todas las delicias diferentes y propias de cada región y estación, alternado este jolgorio realista mágico, con las cansinas esperas por los continuos descarrilamientos y el abastecimiento de agua para el tren de vapor.

El Tren de la Memoria

El presidente Eloy Alfaro dio vida al tren, posteriores gobiernos lo entubaron en sus años de emergencia, Rodrigo Borja quiso rehabilitarlo, los neoliberales cavaron su tumba y Rafael Correa revivió el pasado a bordo de un auténtico tren de vapor.

El pasado se transformó en presente y futuro. Parecía que maquinistas, ruinosas estaciones, paralelas destartaladas y máquinas carcomidas por el virus del tiempo serían olvidados para siempre con la mayor indiferencia, pero ocurrió lo contrario.

Las viejas estaciones con estructuras de madera de chanul y de mangle y paredes de pino importado de Oregón, USA, se restauraron con primor. Los andenes recobraron la congregación de viajeros y los balcones, como los de la patrimonial estación de Durán que sirvieron de escenario para que Velasco Ibarra ofreciera sus famosos discursos, volvieron a engalanar el encantadador mundo ferroviario.

Los trenes con memoria han mostrado que su paso brioso marca identidad a las naciones. Siempre han ejercido una particular fascinación, especialmente cuando nuestras alegrías y nostalgias reciben y despiden a estas enormes bestias de humo y acero.

Por estas razones, las sociedades civilizadas cuidan sus redes ferroviarias históricas, las custodian por sus propiedades simbólicas, las declaran patrimonio nacional  y las promueven para el desarrollo sustentable de sus pueblos.

Chacachá -Chacachá – Huuuu – Huuuu…. El Tren de la Memoria de Alfaro, el pito y el vapor que avizoran la llegada y la partida con su fuerza  metálica, las locomotoras al frente y los sueños atrás son patrimonio cultural vivo del pueblo ecuatoriano.  Con la fuerza de la dignidad y la resistencia, ni el arrebato de un gobierno insensible podrá venderlo ni la codicia de los tempranos aspirantes a compradores podrá arrebatarlo.

Bibliografia consultada: 

  • Cuadernos Docentes, Universidad de Cuenca, Programa de Turismo  y Gastronomía, 2006.
  • “Tren al Sol”; TRAMA, 2006.
  • Hemeroteca, Carlos Jaramillo Medina.

Figura y Fondo

Las pinturas clásicas desde el siglo 14 hasta la mitad del 19, a diferencia de las obras del Medioevo, se trabajaron con una nueva teoría y sensibilidad: la noción de la verdad óptica, la geometría y la matemática, la armonía y belleza idealizada y su aplicación a través del uso metódico de la perspectiva y la composición.

Estas pinturas tienen a la figura humana como el centro y medida de todas las cosas y el fondo está representado por paisajes naturales  y/o arquitectónicos recreados de la antigüedad clásica y que sirven como temas  para desarrollar los alardes creativos de la perspectiva.

La teoría alemana de la Gestalt de principios del siglo 20, cuya  axioma principal, “el todo es diferente a la suma de las partes”, enuncia que lo que percibimos no es la suma de las piezas de información que nos llegan a través de la mirada, sino que las “formas” se crean en nuestra mente para alcanzar una comprensión estructural nueva de lo que ocurre. El otro principio clave se refiere a la relación “figura –fondo”: cuando se mira un cuadro aparece en la mente del observador un elemento como figura y el otro como el fondo de la figura o viceversa.

En la pantalla partida de la nueva ágora virtual contemporánea, nuestros inefables políticos se  presentan como importantes figuras con fondos de pantalla que les sirven de marco, para representar de este modo el signo de su específica personalidad. La figura y el fondo se constituyen en formas comunicacionales que tratan de influir en nuestras conciencias.

Por ejemplo, la figura del “experto” tiene como fondo una abigarrada biblioteca, con lomos de libros de vivos colores que solo hacen juego con las cortinas del estudio;  el “exitoso empresario”que no ha previsto un capital de contingencia para salvar su negocio, ahora venido a menos por la pandemia, se presenta en primer plano en un salón adornado con obras de los artistas más cotizados; y los ministros demagogos acuden con desfachatez al set de la televisión pública, con el fondo del bellísimo Panecillo, para “informar” sobre la situación nacional del Covid-19.

Es la vivaracha utilización de la antigua técnica “figura – fondo”  en este nuevo escenario virtual, que no puede causar más que, como lo define con mucho acierto mi entrañable amigo Diego Jaramillo: agorafobia.  

Pantalla partida: la metáfora visual de la pandemia

¿Cuáles han sido los síntomas visuales de la pandemia?  Calles y plazas desiertas, el Papa oficiando la misa del Domingo de Ramos ante una plaza de San Pedro vacía, la naturaleza volviendo a entrar en las ciudades, confinamientos, individuos anonimizados por la mascarilla, hospitales abigarrados, cadáveres abandonados en las calles de Guayaquil, personal sanitario y policial extenuado recibiendo aplausos de gratitud desde balcones, enfermos recuperados, infografías de la propagación, y de una manera novedosa, políticos que aparecen todos los días estupefactos ante una pantalla partida con los distintos rostros de su equipo a través de Skype, Zoom, StarLeaf…

La pantalla partida es una técnica antigua del montaje cinematográfico para mostrar una presentación simultánea dividiendo gráficos y/o textos en múltiples áreas rectangulares. Ahora, mediante el uso de herramientas informáticas, se accede desde computadoras, teléfonos inteligentes y tablets, para relacionar acciones que transcurren en diferentes espacios físicos. Cada participante está en su casa. Habrá en este sentido, tantos espacios rectangulares como actores.

Gracias a la pantalla partida estamos juntos pero separados, conectados pero aislados, unidos a distancia prudencial. Se ha convertido en la múltiple puerta de acceso al mundo, como si una pantalla única ya no fuera suficiente para reflejar toda la complejidad del presente. R. Roy, jefe del departamento de cine del MoMA de Nueva York, califica a la pantalla partida como un “nuevo cubismo” porque logra superponer en un mismo plano múltiples puntos de vista.

La pantalla vacía se ha convertido en el ágora contemporánea para comunicarnos, crear y para consumir cultura. Por ejemplo, en el mundo de la música, su poder es enorme, tiene la capacidad para hacernos  mejores, relajarnos, soñar y hasta para curarnos. Los artistas nos regalan sus canciones en forma de concierto durante sus confinamientos. Llegan incluso a componer himnos, o modifican las letras de sus éxitos para concienciar a la población o para animar.

Fraguar la realidad compleja de la forma del concierto en modo virtual, en el que cada uno de los músicos toca el instrumento desde su casa, ciertamente es un poema digital de la pantalla partida.

Las distancias en los humanos

  • “A unas 30 pulgadas de mi nariz
  • pasa la frontera de mi persona,
  • y todo el aire intacto que entre ambas se interpone
  • es pagus o heredad privada mía.
  • Extranjero, a menos que yo, con ojos de alcoba
  • te hagas señas amistosas,
  • guárdate de cruzarla, con grosera osadía:
  • no tengo arma de fuego, pero puedo escupir”.
  • W.H. Auden. Poeta norteamericano de origen inglés.

La territorialidad es una noción básica en el estudio del comportamiento del mundo de los animales. Se define como aquel  tipo de conducta por la que un organismo reclama para sí un área espacial determinada y la define frente a los miembros de su propio grupo o especie. Además, la territorialidad proporciona protección frente a los predadores, al mismo tiempo que deja expuestos a la predación a los individuos inhábiles o ineptos que son demasiado débiles para establecer y defender su territorio.

También los humanos poseen un sentido especial de la territorialidad, habiendo creado muchas maneras de defender lo que considera su propio locus, vecindad, casa, individualidad. Su territorialidad se evidencia a través de la percepción del espacio con sus receptores a distancia, los ojos y oídos; y los inmediatos, la nariz, piel y los músculos. 

La proxemística es la disciplina que estudia la territorialidad y las distancias físicas en las diversas culturas.

Las distancias físicas cercanas en la vida de los humanos se clasifican de la siguiente manera:

  • Íntima de fase próxima,  que tiene lugar en los actos amorosos, los de lucha, consuelo  y de protección o afecto;
  • Íntima de fase remota, de 15 a 60 cm, que tiene lugar en los actos de amistad y de contacto fraterno; y,
  • Personal, de 60 a 120 cm, que designa aquella que normalmente separa entre sí  a los individuos de una misma cultura. Se la puede concebir formando una pequeña burbuja invisible protectora que la persona  mantiene a su alrededor, interponiéndola entre ella y los demás.

Se debe tener presente que la sensación del espacio y las distancias físicas entre las personas, es una síntesis de muchas impresiones sensoriales humanas: visuales, auditivas, cenestésicas, olfativas y térmicas. Cada una de ellas, además de estar constituida por un sistema biológico complejo, viene moldeada por la cultura, a cuyos patrones responde.

Por ejemplo, las distancias físicas en el mundo latino difieren de los países del norte, tanto en su sentido, como en sus cualidades y dimensiones.

Los latinos establecemos las distancias físicas haciendo un uso intensivo  de los sentidos del olfato y el tacto para utilizarlos en la edificación cotidiana de nuestra  porosa burbuja corporal, que con generosidad determina quienes pueden entrar en contacto personal y separa a quienes no pueden trabar relación alguna.

En cambio, los norteamericanos y noreuropeos establecen las distancias físicas haciendo un uso intensivo de los sentidos de la vista y del oído para preservar su impermeable burbuja corporal. Estas culturas “ordenadas”, a diferencia de  la “latina indisciplinada”, guardan escrupulosamente la distancia personal en el uso del espacio público.

El “distanciamiento social” de al menos 1.5 metros sugerido por los expertos  en salud pública para frenar la pandemia, –  “la burbuja del coronavirus”- , alterará de modo diferente la territorialidad y las distancias físicas cercanas de las diversas culturas. Tal vez, sea más duro cumplir este castigo impuesto por el coronavirus para las afables culturas latinas, que para las mesuradas norteamericanas y  noreuropeas.

La pandemia y los días

Los egipcios usaban la aparición de la estrella Sirio sobre el horizonte para comenzar a contar los días y el año, que coincidía con las inundaciones del Nilo. Los mayas, usaron los ciclos de la Luna y el Sol para elaborar un calendario preciso, mientras que el calendario chino, los meses y los días estaban regidos por los ciclos lunares.

Mientras que el sistema sexagesimal tuvo su origen hace 5.000 años en la cultura sumeria. Según la teoría más aceptada, nuestro tiempo se rige por múltiplos de 60, porque a esta cultura le era fácil contar hasta 12 falanges usando una mano y hasta 60 con dos.

Estos aportes cosmológicos y otros no menos importantes, terminaron por establecer  la unidad internacional del tiempo: el segundo. En un día se contabilizan 86.400 segundos que dividen un día de 24 horas, cada hora son 60 minutos, y cada minuto 60 segundos. Bajo esta lógica temporal, el reloj de arena se ha constituido en el símbolo del tiempo como cronometrador preciso y matemático que contabiliza nuestras vidas.

Pero Stephen Hawking en su “Historia del Tiempo”, afirma que la teoría de la relatividad de Einstein llevó a abandonar la idea de que había un tiempo matemático absoluto. El físico teórico inglés expresó: “el tiempo se convirtió en un concepto más personal, relativo al observador que lo medía”.

Nada más cierta esta afirmación en los tiempos del coronavirus, porque en estos días se ha vivido la pandemia de un modo relativo según las personas  que lo padecen:

  • Como un forzado paréntesis en la vida, para meditar;
  • Días muertos, porque no se vislumbra horizonte alguno;
  • Días perdidos, porque no se ha podido hacer lo que se tenía planeado;
  • Días vaciados de horas y minutos, huecos, con un vacío existencial profundo;  
  • Momentos tristes, sin poder abrazar a los seres queridos;
  • Horas sin fin, para enfermos y trabajadores sanitarios;
  • Contra-reloj, para los investigadores que quieren encontrar la ansiada vacuna;
  • Minutos infinitos, para los niños y adultos que se hallan confinados en sus casas;
  • Sin un camino para llegar, para poder ser y llegar a un mundo abierto posible; y,
  • Con síntomas amnésicos, porque el maldito virus nos ha hecho olvidar hasta la dimensión del tiempo para contar los días, como lo hacían de un modo preciso nuestros ancestros culturales, los egipcios, mayas, chinos o sumerios.

Queridos amigos, me pueden ayudar a descubrir: ¿Qué día es hoy? ¿Es fin de semana? ¿Qué fecha llevamos?  ¡Muchas gracias!

Desde la ventana sin salir de casa….

En este obligado confinamiento les propongo mis estimados amigos, desde la ventana sin salir de casa, hacer un viaje imaginario. No solo para escaparnos de la ciudad, el país, el continente y la Tierra, sino para adentrarnos en el espacio interestelar.

Pero,  para realizar este fantástico viaje, debemos cumplir ciertas reglas de la ciencia y los países que han conquistado el espacio.

Fuera del sistema solar, nuestro destino más cercano es el exoplaneta Próxima b, descubierto en 2016, que orbita dentro de la zona habitable de la estrella enana roja Próxima Centauri, la estrella más cercana al Sol. La distancia que debemos recorrer es de unos 40.000.000.000.000 kilómetros. Si  viajamos en una sonda con los motores de propulsión actuales, tardaríamos 75.000 años en llegar a nuestro vecino; pero si lo haríamos en un cohete a la velocidad cercana a la de la luz, que podría ser diseñado después de un siglo, llegaremos en tan solo 4.23 años.

Luego tomaremos una ruta más ambiciosa. Y como ya somos viajeros experimentados e inmortales, vamos a viajar no solo miles de años, sino que escaparemos en un viaje de verano cósmico por millones de años, para salir de nuestra galaxia Vía Láctea para visitar la vecina  Andrómeda y otras pequeñas que forman el  Grupo Local de un tamaño de unos 10 millones de años luz que, aunque parezca muy grande, es sólo un polvo estelar de la dimensión del 0.00000000001% del universo que hoy observamos.

Como soñar no cuesta nada, saldremos del  Grupo Local para darnos una vuelta por el supercúmulo Laniakea, “cielo inmenso” en hawaiano, constituido por cientos de grupos, para desde aquí, – porque tendremos que regresar pronto a la Tierra -, sólo observar a otros millones de supercúmulos desparramados en lontananza cósmica.

Regresaremos igualmente a una velocidad cercana a la de la luz de este largo viaje de varios millones de años hasta llegar al confinamiento fronterizo de nuestro Sistema Solar provinciano. Aquí haremos un trasbordo y tomaremos una obsoleta nave con motores de propulsión convencional para recorrer una distancia aproximada de 12.000.000.000 de kilómetros para disfrutar sin pausa, durante 52 años, el último  y corto tour cósmico para regresar a casa: los planetas enanos Plutón, Haumea, Makemake y Eris; los gigantes helados Neptuno y Urano; los gigantes gaseosos Saturno y Júpiter con sus mágicos anillos; el vecino Marte;  para llegar, por fin, a nuestro querido y contaminado planeta gris, Tierra.  

Desde la ventana sin salir de casa podemos viajar con la imaginación y disfrutar de la grandiosidad, infinitud y extrema belleza del Universo. Un viaje que nos ha hecho olvidar, aunque sea por un momento, el mundo microscópico y venenoso del virus.

¿No es verdad, estimados amigos?

La ciudad dentro de la casa

En la Encíclica “Laudato Si” del Papa Francisco se denuncia que en muchos lugares la privatización de los espacios ha hecho que el acceso de los ciudadanos a zonas de particular belleza se vuelva difícil; y que en estos sitios se construyen urbanizaciones exclusivas “ecológicas” con altas murallas, con lagos artificiales, jardines coloridos y áreas verdes bien cuidados, solo al servicio de unos pocos, donde se procura evitar que otros entren a molestar su tranquilidad postiza.

Es el caso de las urbanizaciones construidas en los lugares más exclusivos de las grandes ciudades del Ecuador. “Una urbanización que rodea un campo de golf de 9 hoyos. Tres lagunas y una ciclovía infantil. Exclusividad, confort, seguridad y otros detalles para vivir bien. Un pedazo de territorio de 295.4 hectáreas”. Así reza el anuncio de una  urbanización privada que destaca las bondades de sus instalaciones.

En estos espacios tan vastos se puede llevar el confinamiento de modo placentero. A diferencia de los hogares pobres, cuyas viviendas de 20 m2 que acogen en un solo cuarto a la sala, comedor, cocina, dormitorio y ropero, los ambientes de las acomodadas residencias pueden sin mayor dificultad emular en estos tiempos de pandemia  distintos roles y usos urbanos. ¡La ciudad dentro de la casa!

  • El salón principal, es la plaza central;
  • Los rincones para estar, las plazoletas;
  • El estar de televisión, los multicines;
  • El bar estilo Bonaparte Pepe Botella, el Bodegón;
  • El comedor y cocina, el patio de comidas;
  • La despensa surtida, el supermercado;
  • Los corredores, las autopistas, avenidas y calles;   
  • Los dormitorios, las suites 5 estrellas;  
  • El jardín, el parque urbano donde se pasea a las mascotas;
  • El gimnasio con piscina, turco y jacuzzi, el polideportivo;
  • Los cuartos de las empleadas domésticas, configuran los conventillos;
  • Los garajes, el parqueadero público;
  • La guardianía, la aduana que filtra escrupulosamente quién accede y quién no; y,
  • La huerta, la hacienda que provee lácteos, tubérculos, frutas y hortalizas frescas.

Salir a la calle

La calle es el lugar de los valores urbanos, reino indiscutible de la gestualidad pública y de la escenificación cotidiana.

Más que pura funcionalidad la calle es información y lugar de los primeros contactos humanos, trayecto, sentido, transcurso del tiempo urbano, celebración de los contrastes culturales, pulso del tráfago ciudadano.

La calle tiene atributos espaciales e imaginativos, proporciones, dimensiones, caja de resonancias del volumen urbano, receptáculo de colores, olores y sabores. También es epicentro de la revuelta callejera y significación histórica, cultural, social y económica.

Históricamente la calle ha significado muchas cosas. En el Medioevo la articulación con la plaza y la iglesia; el instrumento del orden, control  y forma simbólica capaz de expresar valores ideológicos en el Renacimiento, la Colonia Americana, el Barroco y Neoclasicismo.

Puede haber diversos tipos de calles según se trate de usos obligados o elegibles. Los usos obligados se refieren a las líneas de transitabilidad forzosas. Es la rutina de la senda lo que cuenta; es la necesidad funcional a secas lo que importa.

En cambio, los usos elegibles de la calle se refieren a los recorridos alternos, de paseo, caminos de reflexión, perdidos y laberínticos. No se podrían soslayar las calles híbridas que participan de las características de las dos anteriores.

No cabe duda que existirán reglas subyacentes que gobiernan los circuitos urbanos. Y esas reglas se ritualizan solo por las persistencias colectivas e individuales que hacen mover a los ciudadanos.

¿Por qué por ahí y no por otra calle se camina? ¿Existen referencias cósmicas que se mimetizan en la tierra y en las ciudades?

Para Ortega y Gasset  la ciudad es ante todo: calle, plaza, plazuela, lugar para la conversación, la disputa, la elocuencia, la política. Es un ensayo de secesión que hace el hombre para vivir fuera de la casa y frente al cosmos, tomando de él porciones selectas y acotadas.

Ahora, que estamos confinados en casa, podemos darnos cuenta de la importancia de salir a la calle, ya sea por el imperativo de los usos obligados, o por el capricho de los usos elegibles.

Este obligado confinamiento padecen igualmente miles de hogares que ocupan precarias viviendas en situación de hacinamiento y sin los servicios básicos. Para estos hogares, sin embargo,  la calle se constituye en la necesaria prolongación de su vivienda y además en su lugar diario de trabajo.

Y miles de personas por su condición de indigencia, sobreviven su pandemia, drama y confinamiento forzoso, paradójicamente, en la misma calle. Sobrevivir en la calle en tiempos del coronavirus, puede ser la cara más cruel de una crisis mundial que pone en peligro a todos.

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